Epílogo

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-Helena...-susurra.

-Hazlo -pide-, y por favor, que hoy no sea su último día -y cuelga.

Ella dirige su vista a los dos jóvenes en las sillas, el rubio con los brazos cruzados y el de rizos con la cabeza agachada.

Pronto saldría el vuelo.

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Lo más sencillo fue entrar, lo difícil para él fue sacar las armas y tomar el valor necesario para abrir la puerta. Sabía lo que iba a ocurrir, pero no le gustaba.

-Entonces tú puedes entrar. Yo lo mataré y tú tienes que dispararme, así nadie te va a culpar; apunta bien al pecho, debe ser una herida mortal...pero procura que pueda vivir lo suficiente como para llegar a un hospital -le indicó.
-¿Has enloquecido? -pregunta el otro, terminando de empacar.
-Tal vez -le dice, sentándose en la cama.
Héctor termina de sacar la ropa del armario y acomodarla en el interior del bolso, mientras el otro saca de su chaqueta algunas de las bolsitas de polvo sobrantes y un arma antigua sin balas.
-¿Eso es...?
-Sí, se las quite a un viejo amigo.
-Se molestará cuando lo sepa.
-Para cuando lo sepa, no estaré "vivo" -comenta levantándose y tomando el bolso que su amigo le había organizado.
-¿No se te olvida algo? -pregunta al ver que se acerca a la puerta, dispuesto a salir.
-Cuando me hagas éste favor, hablaremos de eso -asegura, saliendo.

Los encontró tal y como esperaba.

El muchacho cerca de la puerta con el arma en la mano y el hombre recostado en su escritorio apuntándole también.

-¿Tú también vas a estar en contra de este pobre viejo? -había preguntado el hombre.

-Tienes de pobre lo que yo de inocente -le contestó su propio hijo.

-Algo de familia, supongo -comenta el otro.

Héctor dirige su mirada a él.

Toma una bocanada de aire antes de lanzar al suelo el arma que apuntaba a Sebastián y hacerle una seña con su cabeza, en dirección a la puerta de salida.

-Baja el arma -le pide a su padre colocando su dedo sobre el gatillo-, tienes tres segundos; 1...2...

El arma cae al suelo y el hombre coloca sus manos en su nuca, mirándoles con una sonrisa perversa.

-Si me disparan, muchos más intentarán dispararles a ustedes. Si no lo hacen, prometo no ser tan severo con...-sus palabras se vieron interrumpidas en el momento en que la primera bala llegó a su hombro-. Maldita sea -alcanzó a susurrar.

Su propio hijo había sido quien disparó primero.

-Largo -le dice.

-¿Qué? -murmura Sebastián.

-¡Qué te vayas! ¡rápido! -grita.

Héctor vio a su amigo cruzar el umbral de la puerta y algo, quién sabe qué, le advirtió de un peligro.

Actuó muy tarde y, cuando fue a darse cuenta, una bala había llegado a la espalda del muchacho, perforando el pulmón, y se mantuvo dentro de su organismo.

El arma que Carlos había mantenido en secreto no le sirvió de nada cuando su hijo le dio un disparo en la cabeza y dos en el pecho, formando un charco de líquido rojizo junto a sus pies. De inmediato, corrió hacia su viejo "amigo" y se arrodilló a su lado mientras lo veía toser y escupir sangre.

-¡Fran! ¡¡Fran!! -le gritaba.

-¡Deja de chillar! -lo regañó este, quitando la sangre de sus labios con su mano. Su respiracion era pesada e irregular, y no había sentido tanto dolor en años-. Necesito un doctor.

Atormentado [AYOA#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora