Cariño:
Larry ha vuelto a hacer sus necesidades en el baño. Ha dejado rastros por todas partes, una verdadera «asquerosidad», como dirías tú. He leído en una revista que el vinagre blanco le haría huir de la bañera y que la lejía lo llevaría de vuelta a su caja. ¡Y qué más! Le gusta tanto beber del grifo que no hay forma de sacarlo de allí, sobre todo ahora que acaba de aprender cómo se abre la puerta. En fin, por probar que no quede.
No hago más que hablarte del gato, es una ridiculez. Soy ridícula. Pero el
ridículo no mata, al contrario que la desdicha, de modo que, ¿qué voy a hacer?,
pues hablar del gato.Estos últimos días parece deprimido.
Esta mañana he pasado un buen rato mirando afuera. Hace unos días que brilla el sol, y lo hago tan a menudo que la nariz se me ha puesto roja. Al parecer esto me da buen aspecto, eso dice tu padre. Tiro del sillón de rejilla hasta colocarlo delante de la ventana del salón, en el lado sur, para tener una vista despejada.
Intento interesarme por las cosas más pequeñas para pensar menos en las grandes, así que me siento y miro. El cielo, sobre todo. Es increíble lo que pasa en él, a veces las nubes adoptan la forma de tu cara, de una ballena o de una camelia. Y otras el viento las hace avanzar tan deprisa que parecen aviones. Hoy tienen el aspecto de la nata.
¡Ah!, no te lo había dicho: he cambiado las cortinas. El sol las había atacado tanto que el rojo de las flores se veía pardusco. Cada vez que las corría, puede que por lo del defecto de Papy, me ponía triste. Así que el sábado nos fuimos con Amélie al centro a escoger una tela. Como el curso ya ha empezado, aquello parecía un hormiguero, hasta tal punto que tuve que salir; menos mal que tu tía hizo cola por mí. Las nuevas son muy sencillas, de algodón gris perla, pero cambian la luz de la estancia. El salón se ve más grande y no sé si eso es bueno.
En estos momentos cualquier cosa me ahoga.
«¿Sabes qué pareces ahí sentada sin hacer nada?» Pierdo con facilidad la noción del tiempo cuando estoy mirando por la ventana, de modo que tuve un sobresalto. Raphaël estaba apoyado en la jamba de la puerta, con los brazos cruzados y los pulgares metidos bajo las axilas, como suele hacer.
No sé cuánto tiempo llevaba allí pero un dolor brusco me atravesó la nuca, como si su insistente mirada me hubiera herido. No respondí y él se puso a rebuscar en la biblioteca. Tu padre escoge un cuadro cada vez que no sabe qué decir; lo ha hecho siempre, claro... es su forma de confesar «te quiero». Pero después de ello tengo la sensación de que solo dialogo con obras de arte.
Se acercó con una monografía de Hopper en las manos. La hojeó un instante, su dedo se detuvo en una página y me la pasó. Miré el cuadro, Eleven AM.
«Pero está desnuda —objeté—. Además, apenas son las nueve.»
Creo que quiso darme un beso pero, al final, nada. Solo sonrió, esa sonrisa que tú no conoces de él y que significa nostalgia. Se puso la americana, se arregló el nudo de la corbata —la de las miosotas— y se fue a trabajar. Me quedé sola, con el libro en el regazo. Comparé el color de mi pelo con el de la mujer sentada en la butaca azul; Raphaël tenía razón: caoba, como el tuyo. Miré mis pies, y llevábamos los mismos zapatos. Por las manos cruzadas en una postura inquieta, asomada a la ventana, se adivina que espera a alguien; a alguien que, sin duda, no volverá. De pronto me entraron ganas de llorar, pero me mordí el labio inferior, levanté la cabeza hacia el techo, solté un suspiro y se me pasó.Tu padre me mira siempre, en cambio yo ya no lo consigo. Dice: «Una mariposa nocturna, tu mirada». Lo repite cuando estamos en la cama, cuando ha bebido demasiado, cuando intenta abrazarme y yo tampoco lo consigo. A ti puedo decírtelo, mira por dónde.
Cariño, llaman a la puerta. Será Amélie: me acompaña a la consulta del doctor Lastiri por mis ataques de pánico, ya sabes, cuando el corazón empieza a latirme tan deprisa que me dan sacudidas y ya ni soy capaz de ir a comprar unas cortinas sola.
Nunca olvides que te quiero.
Mamá
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Nunca olvides que te quiero - Delphine Bertholon
Teen FictionHacía tanto tiempo que no nos habíamos dicho nada... Madison tenía 11 años cuando fue secuestrada. Es una niña viva, alegre y divertida que desde muy pequeña ha desarrollado una fuerte personalidad, repleta de imaginación y creatividad, y que inclus...