Cariño:
¡Adivina a quién he visto hoy! ¡A Stanislas! Ha venido a pasar el fin de semana
con su familia. Hacía mucho tiempo que no lo veía. En realidad, no lo había visto
desde que.
Nueve meses.
Es verdad, es un chico guapo, y además brillante. Su padre hubiera preferido
que estudiara medicina como su hermana, pero aun así las cosas le van muy bien.
Tiene intención de subir a París el año que viene para el diploma, y su madre las
pasa canutas. No me lo ha dicho, ni hablar, es demasiado exquisita, pero a mí no
me la da. En fin, volviendo a Stanislas, ha dejado a Alice. ¡Y sé que la noticia te
hará feliz! Claro que nunca me has hablado de ello, pero ¿tú qué crees? Tu madre
tiene ojos y los usa para ver, cariño. Nunca se te han dado bien los secretillos,
además he leído tus poesías (perdón). Pero ya estaba al corriente, precisamente
porque escribiste S.U. con rotulador en tus braguitas y, como sabes, soy yo quien
hace la colada.
Fui a ver al señor Uhalde por cuestión de Larry: el tontaina ese se pasaba el día
vomitando, y siempre que podía lo hacía en los zapatos de tu padre. No te
preocupes, lo que ocurre es que tiene el pelo tan largo que le emborra el estómago
como un edredón. No puedes imaginarte con qué rapidez ha crecido. No lo
reconocerías. Esto también te lo he dicho. Mil veces. ¿Dos mil? ¿Por qué
contarlas? Pero no puedo evitar compararos, eso cuando no te imagino creciendo
en alguna parte como un arbusto en el fondo del jardín. Desde que naciste, cada
vez que hacías algo nuevo, pensaba: «¿Por qué tendrá que crecer tan deprisa?». Lo
cierto es que crecías con mucha más rapidez que el resto.
Aquel día en que preguntaste por qué no podías ver tus ojos y en cambio sí tus
manos, tus brazos y tus pies. Cuando escribiste una poesía con las palabras
imantadas de la nevera, tendrías unos cuatro años. Decía: «Boca y corazón en
trocitos sueño».Tus primeros pasos entre tu padre y yo, en el minúsculo círculo
que formábamos con los brazos unidos. ¡Raphaël estaba tan orgulloso como si
acabaras de entrar en la Politécnica! Aquel día que volviste de la escuela después
de una semana en Preparatorio, con ese aire tan característico tuyo de cuando algo
te mortificaba. Amélie, Mounie, Papy y yo estábamos tomando el té en el salón,
¿te acuerdas? Tu abuela te preguntó qué ocurría. Pinchándote la mejilla con la
punta de la trenza respondiste: «Cada mañana la maestra dice: "Empecemos con la
lista", entonces va recitando nuestros nombres y nosotros respondemos
"Presente"». «Claro, bonita, ¿y qué?» Nos miramos todos como idiotas rematados.
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Nunca olvides que te quiero - Delphine Bertholon
Teen FictionHacía tanto tiempo que no nos habíamos dicho nada... Madison tenía 11 años cuando fue secuestrada. Es una niña viva, alegre y divertida que desde muy pequeña ha desarrollado una fuerte personalidad, repleta de imaginación y creatividad, y que inclus...