Cariño:
Por primera vez desde hace un año y medio estoy contenta de que no estés
aquí. No, eso no es exactamente lo que quiero decir.
Pero.
Sé que nunca leerás estas cartas. Si un día te encontramos sana y salva (no
abandonaré nunca, Madi, nunca. ¡Que me traigan tus restos a la puerta para
obligarme a abandonar! ¡Que me los traigan!), las quemaré en la chimenea porque
estarás en mis brazos y las palabras, todas estas palabras, ya no tendrán sentido.
Sé que nunca leerás estas cartas, por ello te revelo la verdad. Cruda, sucia,
triste, sí, esta verdad es una auténtica marranada, Madi.
No hay poesía.
A él, tu abuelo, mi padre, ¡sin duda su acto le pareció poético! ¡Valiente!
¡Artístico! «Ultima rebelión», escribió. ¡El día de Todos los Santos...! Eso, los
símbolos, su manía, ¡los símbolos! Siempre egoísta, siempre, ¡este padre jamás
pensó en nadie más que en él! ¡Tras sus grandes discursos humanistas! ¡Este arte!
¡Esta tara! ¿Poesía? ¡No hay más que ira! Voy a desbordar de ira, cariño, soy un
embalse que explota, ¿comprendes? ¡Exploto!
¿Poética la silla tumbada sobre la vieja marca que dejaron los aceites de motor?
¿Poético su cuerpo en el fondo del garaje, colgando de un hilo como una
marioneta?
¿Poética la puerta corrediza con forma de horca?
¿Poético ese cadalso... esos ojos en blanco?
¡Poesía, y qué más!
¡Ridículo, sí! Él mismo encontró la palabra justa: ¡ridículo! Toda su vida
ridícula, ¡este padre! ¿Y yo decía que el ridículo no mata?
Yo también:
«Como siempre: me equivoqué.»
Durante toda nuestra infancia, nuestra madre lloró en las soperas. No perdió de
vista la televisión, el teléfono, el correo. Y cuando él estaba en casa, espiaba cada
uno de sus gestos para saber dónde... la amante, cuándo, cómo y de qué edad.
Y yo amaba a este padre. Le amaba como amamos sistemáticamente aquello
que se nos escapa.
Le amábamos.
Le amábamos casi tanto como te amo a ti, cariño.
Casi tanto.
De uno en uno vais desapareciendo como aquellas siluetas contra las que se tira
en la feria.
Las noches con él, colocando las películas en cajitas en el salón. Los días
enteros esperando frente a la habitación oscura a que saliera por fin y se dignara
mirarnos. Todo lo que traía, aquellos manjares que no habíamos probado nunca.
¡Las partidas de dardos, de billar, y luego de tiro al arco! Las mañanas en el lago,
en verano, con su bañador a rayas y nuestra madre, radiante, que devoraba con los
ojos a ese Dios universal. Y las imágenes de otros lugares, las que hacían soñar.
El mundo, tan vasto, y nosotros sin saber qué hacer en ese estúpido piso parisino,
la ciudad cuna de los periódicos que nos daban de comer. Ansiábamos disfrutar de
nuestro padre durante más tiempo. ¡Una sola palabra de él y nos habríamos
marchado para seguirle, a donde fuera, como fuera, al precio que fuera... con tal
de estar con él!
Una palabra que él nunca pronunció.
Todo lo que sabía decir era hasta la vista.
Una vez más lo ha conseguido.
Nunca olvides que te quiero.
TU MAMÁ, HUÉRFANA.
ESTÁS LEYENDO
Nunca olvides que te quiero - Delphine Bertholon
Fiksi RemajaHacía tanto tiempo que no nos habíamos dicho nada... Madison tenía 11 años cuando fue secuestrada. Es una niña viva, alegre y divertida que desde muy pequeña ha desarrollado una fuerte personalidad, repleta de imaginación y creatividad, y que inclus...