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22 de diciembre, 10.14

No me lo puedo creer: ¡pasado mañana es Navidad! Por un lado me siento terriblemente

triste y por otro especialmente emocionada.

TRISTE, evidentemente. Pienso en mi familia, en las comidas que organizábamos unos en

casa de otros (a menudo en la nuestra, pues tenemos una casa fantástica y además chimenea).

Papá compraba siempre el abeto más grande que encontrábamos, y aunque aquello no fuera

muy «ecológico», decía que era la única ocasión del año en que teníamos derecho a

transgredir nuestras convicciones (papá es muy estricto en cuanto al reciclaje y la protección

de la naturaleza: debíamos separar los desechos en bolsas de colores diferentes y gruñía cada

vez que yo tomaba un baño, ¡pero creo que todo eso es porque se culpabiliza de tener un

oficio que destruye tantos árboles!). En mi iPod escucho un disco de Sufjan Stevens que se

llama Songs for Christmas, canciones muy serias y muy alegres a la vez. Fue Samuel (el

hermano pequeño de papá, a quien le gusta tanto la música que trabaja en un estudio de

grabación en París) el que me lo regaló la última Navidad que pasé fuera de aquí. Hay coros,

acordes de guitarra y cascabeles que danzan entre los acordes. En mí tiene el efecto de un

bálsamo para las penas. Quiero decir: en este ambiente.

EMOCIONADA, porque: cuando R. me preguntó qué regalo quería este año, enseguida

solté:

—Ropa, pero solo si puedo escogerla yo. Porque ahora sí que, como sabe, ya no puedo

más.

Es un poco tonto, ya que aquí no me ve nadie aparte de él, pero aun así... Desde que tengo

espejo no soporto verme tan mal vestida. Cada vez que me miro tengo la impresión de que

veo una caricatura de mí, una vieja muñeca ajada entre las manos de una niña que no tiene

nada de gusto, lo que me hunde la moral hasta el fondo de los mocasines (¡ya ves lo que

hay!). Digamos que esta historia de elegir la ropa es un poco complicada: realmente R. no me

puede llevar de tiendas. Así que empezó a vacilar, pero yo estaba decidida a conseguir lo que

quería y, como dice Papy, cuando se me mete una idea en la cabeza, no se mete en otra parte.

—¿Y los catálogos para qué sirven?

Le di una buena lección y a la mañana siguiente vino con un catálogo de la Redoute. Me

pasé todo el día espulgándolo en un estado de histeria total. R. me había fijado un presupuesto

de cien euros, que no podía superar. Me quejé, preguntándole si su Compañía no le daba paga

de Navidad, pero respondió que era todo lo que nos podíamos permitir.

Bueno. Menos da una piedra.

Tengo la impresión de que los precios han subido de una forma espectacular en dos años y

medio. A eso se le llama «inflación». En cualquier caso, ¡hoy en día no se llega muy lejos con

Nunca olvides que te quiero - Delphine BertholonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora