Guéthary, 11 de julio, viento fuerza 7, cielo despejado

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Cariño:

Esta noche he soñado que volvías.

Me despertaba, me ponía un vestido, un vestido escarlata que no existe. Me

calzaba los zapatos de tacón negros, los que se parecen a los de la dama sentada

en la butaca azul de Eleven AM.

Eran las once, repicaban exactamente las once en el salón como campanas de

Pascua.

El sol era deslumbrante, tan intenso que parecía una niebla espesa. Con la

mano frente a los ojos avanzaba por el pasillo, bajaba la escalera y el sol no

dejaba de irradiar, intenso y cegador.

En la cocina estabas tú, sentada a la mesa ante una taza de chocolate. Leías el

periódico como lo hacías a veces, como una chica mayor, seria y concentrada,

como si el futuro del mundo dependiera de ti.

Ha entrado tu padre. Llevaba un traje de color de cemento y en el reborde de tu

mejilla ha sonado un beso.

Todo era normal. Quiero decir: como antes.

Yo estaba allí pero no estaba allí, como si el sol me eclipsara, ahogada en el

exceso de luz e invisible a vuestros ojos. Todo volvía a ser normal pero yo parecía

la única que se daba cuenta de hasta qué punto era extraordinario.

¡La alegría, Madison!

¡Este sol era la alegría! Una materialización de la alegría que se convertía en

violenta, paralizante, algo parecido a la mística: un éxtasis.

Y, bañada con tu luz, me he despertado.

El negro imperfecto del dormitorio, la respiración de tu padre, esa respiración

que —¡oh, monstruosa!— hubiera querido no oír.

El vivo, yo viva, tú muerta.

Yo espero: ausente.

Nadie puede imaginar el horror de ese despertar.

Haber creído hasta ese punto y darse cuenta de que no era ni sombra. Todo ful.

Tu vuelta... ful.

Hubiera querido no despertarme jamás.

Hace tres años que me levanto Tú, me duermo Tú. Como Tú, bebo Tú, respiro

Tú, ando Tú. En lo cotidiano, Tú. Nunca un descanso, nunca.

Anoche me reí: Amélie contaba su lamentable salida con un nuevo

pretendiente, y me hizo reír. A carcajadas. La última vez fue aquel día, cuando

percibí en tu mirada maliciosa los principios normales y corrientes de una crisis

de adolescencia: con ese coco tuyo, la crisis habría sido durilla. «Esto promete»,

pensé. Esto promete.

Pero después de que, ciertas cosas me parecen prohibidas. Durante esta risa,

este minuto de risa, no te he vivido Tú. Me habría podido suicidar, avergonzada,

si en mi vientre no estuviera alguien.

Nunca olvides que te quiero - Delphine BertholonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora