En el norte

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Estamos a 20 de abril, un día que no hay que olvidar: esta tarde he hablado con la Pelirroja.

La Pelirroja se llama Ellie, nombre que casa con ella. Es canadiense pero no tiene acento.

La Pelirroja es guionista.

A los cinco minutos me ha citado a Philip Roth.

—He decidido cambiar la ficción de ser yo misma por la auténtica y satisfactoria ilusión de

ser otra persona.

Me ha invitado a un café y la he hecho reír. Es increíble pero le parezco divertido.

En estos momentos escribe el guión de una película de vampiros gore para el cine, algo

muy gracioso en una chica que parece un hada. Sobre todo lo que no tengo que hacer es

presentársela a Antoine: se enamoraría de ella.

—El pelo rojo —me explica ella—. La marca de las brujas. Persigo a personas que no

existen, así evito meter la pata.

La Pelirroja es un personaje.

Mi bruja rubia, en aquellos días, me ponía morros. Sin noticias, la llamé al cabo de cuatro

días, pues su ausencia me retorcía las tripas en cuanto se me hubo pasado el enfado... siempre

se me pasaba.

—Yo misma no puede, tiene una cita.

Esa pequeña comedia duró casi tres semanas, hasta que un sábado por la noche, muy tarde

y muy borracha, llamó a mi puerta: necesidad de sexo, imagino, ya que, a pesar de nuestros

problemas anexos, esta parte de la historia era perfecta y ella no tenía ninguna intención de

sustituirme para esta actividad precisa. Safe sex, safe love.. .Volví a encontrar, pues, mi isla,

como uno que está a punto de ahogarse, con el chute de Louison en las venas, vivo otra vez.

—Cuestión de arte —me dijo, apoyándose en el codo, una vez acabado el asunto—. No

tiene nada que ver con la sexualidad. Bueno, sí, pero es una idea de la sexualidad, una visión,

una abstracción, ¿entiendes?

—Tus tetas no me han parecido muy abstractas, baby.

—¡Qué plomo eres a veces! ¿Crees que si tú escribieras una escena de jodienda, yo te

montaría un pollo? No, claro que no, porque sería completamente ridículo.

—Si escribo una escena de jodienda, ¡es Yo misma quien me la inspirará!

—Un gran detalle, cielo.

—Yo tengo detalles. Ese es el problema. «Demasiado bueno, demasiado bobo», decía mi

abuela.

—La mía decía: «A caballo regalado no le mires el diente».

—No veo la relación.

—Yo tampoco. Es por conversar. Tengo hambre, ¿vamos a comer?

—Son las cuatro de la mad...

—¿Y qué?

En el Pied de Cochon, cerca del vientre de Les Halles, Louison se echó entre pecho y

espalda una chuleta con patatas fritas. Yo me tomé una caña mientras observaba cómo,

Nunca olvides que te quiero - Delphine BertholonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora