22. Judías verdes y libros

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Cuando abrí los ojos, noté una presión en las muñecas. Se me asfixiaban. Tenía la sensación de tener la piel en carne viva, como si se me estuviese irritando a punto de desgarrarse.

Sí, una sensación muy cómoda.

Me sentía sin fuerzas, tenía hambre y notaba los ojos pesados. Miré mi cuerpo, ya no llevaba mi vestido de la fiesta, llevaba una camiseta blanca grande y ya.

Me sentí aún más incómoda. La persona que me llevó hasta aquí me había cambiado de ropa...

Sentí mucho miedo, notaba los latidos de mi corazón acelerar. ¿Quién habría sido? ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué sería de mí?

Yo sólo quería estar en casa, tranquila en una situación normal. No amarrada en una silla, en un lugar mugriento. Notaba el lugar húmedo, mis pies tocaban el suelo frío y yo estaba helada. Me quedé recta en la silla y eché la cabeza hacia atrás mientras intentaba respirar más calmadamente.

¿Cuánto tiempo llevaría aquí? ¿Cómo estarían todos en la casa de los Ross?

No se veía casi nada. Tenía mucho miedo. Debía ser fuerte pasase lo que pasase.

Pero no era tan fácil hacerlo que decirlo. Inspiré hondo y me quedé pensando. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, sólo quería salir.

-¡Ayuda! -grité a pleno pulmón.

Un minuto después, una puerta enfrente mía se abrió, la luz llegó hasta mí. Y el lugar se iluminó más. La persona que había entrado encendió la luz y la bombilla débil del techo se iluminó levemente.

La persona que tenía enfrente mía llevaba un pasamontañas que ocultaba su cara. Tenía cuerpo de chica, al menos no era un hombre que me violaría.

-Oh, ¿estás asustada Prescott? -preguntó y al instante reconocí esa voz.

Abrí los ojos como platos. Esa loca...

-¿Tienes hambre?

Respondí con un grito de frustración. Ella rió fuertemente, las lágrimas se asomaron. Esa tía estaba loca, ¿cómo puede hacer esto?

-Como soy comprensiva, he traído un plato de comida para tí. Así al menos no puedes decir que no te he tratado bien durante tu estancia.

Se acercó a mí con una bandeja en la que había un plato con judías verdes. En el vaso había agua.

-Abre la boca -canturreó con una cucharada de judías verdes y acercándola a mi boca. Yo, con una mueca de asco, alejé mi cara al instante-. Venga, no seas infantil y come. ¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¿Cinco años?

-Primero, ¡odio las judías verdes! Y segundo, ¡la única inmadura aquí eres tú que me ha secuestrado!

-Como sigas gritando no te doy de beber.

-Déjame en paz. -contesté y solté un gruñido. Había parecido un perro.

-Qué pena. Porque no quiero.

-¿Por qué haces esto? -sabía que esa era la típica pregunta, pero, ¿qué otra cosa podía decir?

-Porque me has quitado a Luke. Llevo tres años enamorada de él, y de repente apareces tú para arrebatármelo con tu poco encanto de granjera de Texas.

La hermana de JessieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora