IX. Un plan de Evasión

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La situación, en efecto, era excesivamente grave. ¿Qué podía hacer Marcelo, cuyas


horas de existencia estaban contadas, y acaso llegase su última noche con la puesta del sol?


No durmió ni un instante, no por temor a no volver a despertarse, como le había


dicho Herr Schultze, sino porque su imaginación no podía abandonar a Ville-France,


amenazada por aquella inminente catástrofe.


-¿Qué intentaré? -se repetía-. ¿Destruir ese cañón...? ¿Volar la torre que lo


contiene...? ¿Y cómo podrá hacerlo...? ¡Huir...! ¡Huir, cuando mi habitación está guardada


por esos dos colosos...! Además, aunque consiguiese, antes del día 13 de setiembre,


abandonar Stahlstadt, ¿cómo impediría lo que va a ocurrir...? ¡Sí...! Ya que no puedo salvar


a nuestra querida ciudad, podré, al menos, salvar a sus habitantes; llegar hasta ellos y


decirles: ¡Huid! ¡Huid sin demora! ¡Estáis amenazados de muerte por el fuego y por el


hierro...! ¡Huid todos...!»


Luego, las ideas de Marcelo tomaban otro rumbo.


«¡Ese miserable Schultze! -pensaba-. Aun suponiendo que haya exagerado los


efectos destructores de su obús, y no pueda quedar cubierta por ese fuego inextinguible la


ciudad entera, es seguro que un solo disparo puede incendiar a una parte considerable...


¡Es una máquina horrible la que ha imaginado, y, a pesar de la distancia que separa a las


dos ciudades, ese formidable cañón podrá hacer llegar hasta la nuestra su proyectil...! ¡Una


velocidad inicial veinte veces superior a la velocidad obtenida hasta ahora...! ¡Algo así


como diez mil metros o sea dos leguas y media por segundo...! ¡Casi la tercera parte de la


velocidad con que la Tierra recorre su órbita...! ¿Será posible...? ¡Sí, sí...! ¡Si su cañón no


estalla al primer cañonazo...! ¡Y no estallará, porque está construido con un metal cuya


resistencia para la detonación es casi infinita...! ¡El tunante conoce exactamente la


situación de Ville-France...! ¡Sin salir de su antro, asestará su cañón con una precisión


matemática, y, como ha dicho, el obús irá a caer en el mismo centro de la ciudad...! ¿Cómo


prevenir a los infortunados habitantes...?»


Marcelo .no había logrado cerrar los ojos, cuando reapareció la luz del día. Abandonó


entonces el lecho, en el cual había estado echado durante todo aquel insomnio febril.


-¡Vaya! -se dijo-. ¡La próxima noche será...! ¡Ese verdugo, que quiere evitarme


todo sufrimiento, esperará, sin duda, a que el sueño, haciendo desaparecer en él su


inquietud, se apodere de mí! ¡Y entonces...! ¿Qué muerte me reservará...? ¿Pensará


matarme con una inhalación de ácido prúsico mientras duerma...? ¿Introducirá en mi

Los 500 Millones De La BegunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora