Acaso en el transcurso de este relato no se haya concedido suficiente importancia a
los asuntos personales de los que son sus héroes. Razón de más, pues, para que nos sea
permitido tratar, por fin, de ellos y por ellos mismos.
Conviene decir que el buen doctor no pertenecía al ser colectivo, a la humanidad,
hasta el punto de que la individualidad no existiese para él, aun cuando se hubiese
entregado por entero al ideal. Le extrañó, pues, la palidez súbita que cubrió el semblante
de Marcelo, cuando él acababa de pronunciar sus últimas palabras... Sus ojos trataron de
leer en los del joven el sentido oculto de aquella repentina emoción. El silencio del práctico
anciano interrogaba al silencio del joven ingeniero, y esperaba, quizás, a que éste lo
rompiese; pero Marcelo, después de hacerse dueño de sí mediante un rudo esfuerzo de
voluntad, no tardó en recobrar toda su sangre fría. Su tez recuperó los colores naturales, y
su actitud sólo era, al fin, la de un hombre que espera seguir una conversación comenzada.
El doctor Sarrasin, un poco impacientado, quizá, por aquel rápido cambio de
Marcelo, se acercó de nuevo a su joven amigo. Luego, con un movimiento propio de su
profesión de médico, se apoderó de su brazo, y lo retuvo como pudiera haberlo hecho con
el de un enfermo al cual hubiera querido tomar el pulso discreta o distraídamente.
Marcelo le dejó hacer, sin darse bien cuenta de la intención del doctor, y, como quiera
que no desplegase los labios, le dijo su anciano amigo:
-Mi buen Marcelo, más adelante continuaremos nuestra conversación acerca de los
futuros destinos de Stahlstadt, pues no nos está prohibido, ya que nos consagraremos al
mejoramiento de la suerte de todos, a ocuparnos también en la suerte de aquellos a
quienes amamos, de aquellos a quienes tenemos más cerca... Pues bien; creo que ha
llegado el momento de decirte lo que una joven, cuyo nombre te revelaré luego, respondía,
no hace mucho tiempo aún, a su padre y a su madre, a quienes, por vigésima vez, se la
pedían en matrimonio... Los partidos han sido, en su mayor parte, de aquellos que, aun en
las circunstancias más difíciles, se hubiera tenido derecho a aceptar, y, sin embargo, la hija
decía siempre que no, y que no...
En aquel momento, Marcelo, con un movimiento un poco brusco, rescató su muñeca
que, hasta entonces, había retenido en su mano el doctor.
Y fuera porque éste se considerase suficientemente informado acerca de la salud del
paciente, o fuera porque no se dio cuenta que el joven le había retirado a la vez su brazo y
su confianza, continuó su relato, sin tomar en consideración, al parecer, aquel pequeño
incidente.
-«Pero, bueno -decía a su hija la madre de la joven de quien te estoy hablando-;