XII. El Consejo

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No era un secreto el odio del Rey del Acero hacia ' la obra del doctor Sarrasin. Se


sabía que había ido a levantar una ciudad contra otra ciudad. Pero, dé eso a arrojarse sobre


una ciudad apacible y destruirla por la fuerza, creían todos que había una gran distancia.


Sin embargo, el artículo del New-York Herald era bien elocuente. Los corresponsales de


aquel poderoso diario habían penetrado los designios de Herr Schultze, y -según decían-


no había tiempo que perder.


El digno doctor quedó primero confuso. Como todas las almas honradas, se negaba a


creer que aquello fuese verdad. Le parecía imposible que la perversidad pudiese llegar


hasta querer destruir sin motivo alguno y por pura fanfarronada, una ciudad que era como


una especie de propiedad común de la humanidad.


-¡Pensar que nuestro término medio de mortalidad será en este año de uno y cuarto


por ciento -se decía ingenuamente-; que no poseemos un solo muchacho de dieciocho


años que no sepa leer; que no se ha cometido ni un crimen ni un robo desde la fundación


de France-Ville, y que unos bárbaros vengan a aniquilar en sus comienzos una experiencia


tan afortunada...! ¡No...! ¡No puedo admitir que un químico, que un sabio, aunque fuese


cien veces germano, sea capaz de eso...!


Tuvo que rendirse, no obstante, a la evidencia de los testimonios facilitados por un


periódico tan adicto a la obra del doctor, y tomar las oportunas medidas sin demora.


Pasado aquel primer instante de abatimiento, el doctor Sarrasin se adueñó de sí mismo y


se dirigió a sus amigos:


-Señores -les dijo-, ustedes son miembros del Consejo cívico, y a ustedes


corresponde, lo mismo que a mí, adoptar las medidas necesarias para la salvación de la


ciudad. ¿Qué es lo primero que debemos hacer?


-¿Existe posibilidad de un arreglo? -dijo el señor Lentz-. ¿Puede evitarse


honrosamente la guerra?


-Imposible -replicó Octavio-. Es evidente que Herr Schultze la quiere a toda costa.


¡Su odio no transigirá!


-¡Bien! -exclamó el doctor-. Todo se arreglará para que estemos en condiciones de


responderle. ¿Cree usted, coronel, que hay algún medio de resistir a los cañones de


Stahlstadt?


-Toda fuerza humana puede ser eficazmente combatida por otra fuerza humana -


respondió el coronel Hendon-; pero no debemos pensar en defendernos con los mismos


medios y las mismas armas de que se sirva Herr Schultze para atacarnos. La construcción


de máquinas de guerra capaces de luchar contra las suyas exigiría mucho tiempo, y,


además, no sé si conseguiríamos fabricarlas, pues nos faltan los talleres especiales


necesarios. No tenemos más que una tabla de salvación: impedir al enemigo que llegue

Los 500 Millones De La BegunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora