XV. La bolsa de San Francisco

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La Bolsa de San Francisco, expresión algebraicamente condensada de un inmenso


movimiento industrial y comercial, es una de las más animadas y de las más extrañas del


mundo. Por una consecuencia natural de la posición geográfica de la capital de California,


participa del carácter cosmopolita, que es uno de sus rasgos más marcados. Bajo sus


pórticos, de hermoso granito rojo, el sajón de los cabello rubios y de elevada talla se codea


con la celta de tez mate, de cabellos muy negros y de miembros más flexibles y más finos.


El negro encuentra allí al finés y al indio. El polinesio ve con sorpresa al groenlandés. El


chino de ojos oblicuos y de coleta cuidadosamente trenzada compite en fineza con el


japonés, su enemigo histórico. Todas las lenguas, todos los dialectos, todas las jergas


tropiezan como en una Babel moderna.


La apertura del mercado del 12 de octubre en aquella Bolsa, única en el mundo, no


presentó nada de extraordinario. Aproximadamente a las once, se vio a los principales


corredores y agentes de negocios abordarse con alegría o con seriedad, según sus


temperamentos particulares, cambiar apretones de manos, dirigirse al café y preludiar con


libaciones propiciatorias las operaciones de la jornada. Uno a uno, iban a abrir la


puertecita de cobre de los casilleros numerados que reciben en el vestíbulo


correspondencia de los abonados, sacaban de aquéllos enormes paquetes de cartas y los


ojeaban distraídamente.


Bien pronto se formaron los primeros corrillos del día, al mismo tiempo que la


multitud atareada engrosaba de un modo insensible. Un ligero murmullo se elevó en los


grupos, cada vez más numerosos.


Entonces comenzaron a llover telegramas desde todos los puntos del globo. Apenas


pasaba un minuto sin que un trozo de papel azul, leído a voces en medio de la tempestad


de gritos, no fuese a aumentar, en la pared del norte, la colección de telegramas fijados por


los ordenanzas de la Bolsa.


La intensidad del movimiento crecía de minuto en minuto. Los empleados entraban


corriendo, volvían a salir, se precipitaban hacia la oficina telegráfica y entregaban las


respuestas. Todos los cuadernos eran abiertos, anotados, emborronados o rasgados. Una


especie de locura contagiosa parecía haber tomado posesión de la multitud, cuando, a eso


de la una, pareció pasar algo misterioso, como un estremecimiento, a través de aquellos


grupos agitados.


Una noticia asombrosa, inesperada, increíble, acababa de ser llevada por uno de los


asociados del «Banco del Far-West» y circulaba con la rapidez del relámpago.


Unos decían:

Los 500 Millones De La BegunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora