VII. El bloque central

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Una luminosa certificación del doctor Echternach, médico jefe de la sección del pozo


Albrecht, confirmó que la muerte de Carl Bauer, número 41.902, de trece años de edad,


«portero» de la galería 228, había sido debida a la asfixia, como consecuencia de la


absorción por los órganos respiratorios de una gran cantidad de ácido carbónico.


Otra certificación, no menos luminosa, del ingeniero Maulesmülhe, exponía la


necesidad de someter a un sistema de aireación la zona B del plano XIV, cuyas galerías


dejaban transpirar gas deletéreo por una especie de destilación lenta e insensible.


Por último, una nota del mismo funcionario ponía de manifiesto ante la autoridad


competente la abnegación del capataz Rayer y del fundidor de primera clase Johann


Schwartz.


Ocho o diez días después, cuando llegó a la caseta del portero para obtener su ficha de


presencia, encontró una orden impresa con su dirección, y que decía así:


«El llamado Schwartz se presentará hoy a las diez en el despacho del director general.


Bloque central, puerta y camino A. Permanencia en el exterior.»


«¡Por fin! -pensó Marcelo-. Es función del tiempo, pero todo llega.»


A la sazón, había adquirido, en sus conversaciones con los camaradas y en sus paseos


de los domingos por los alrededores de Stahlstadt, cierto conocimiento de la organización


general de la ciudad, suficiente para comprender que la autorización para penetrar en el


Bloque central no era cosa corriente. A este respecto, se habían divulgado verdaderas leyendas. Se decía que unos indiscretos, al pretender introducirse por sorpresa en aquel


recinto reservado, no habían vuelto a aparecer; que los obreros y empleados habían sido


sometidos, antes de su admisión, a toda una serie de ceremonias masónicas, habían sido


obligados a prestar juramento solemne comprometiéndose a no revelar nada de cuanto allí


pasase, y serían castigados despiadadamente con la muerte, por un tribunal secreto, los


que violasen su juramento... Un ferrocarril subterráneo ponía a aquel santuario en


comunicación con la línea de circunvalación... Unos trenes nocturnos conducían a


visitantes desconocidos... A veces, se celebraban consejos supremos a los que acudían unos


personajes misteriosos para tomar parte en las deliberaciones...


Sin dar demasiado crédito a todos estos relatos, Marcelo sabía que, en suma, eran la


expresión popular de un hecho perfectamente real: la extremada dificultad que había para


penetrar en la división central. De todos los obreros a quienes conocía -tenía algunos


amigos entre los mineros del hierro y entre los carboneros, entre los afinadores y entre los


empleados de los altos hornos, entre los brigadieres, los carpinteros y los forjadores- ni


uno solo había franqueado nunca la puerta A.

Los 500 Millones De La BegunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora