XIV. Zafarrancho de combate

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Si el peligro no era ya inminente, era todavía grave. Marcelo dio a conocer al doctor


Sarrasin y a sus amigos todo cuanto sabía acerca de los preparativos de Herr Schultze y de


sus máquinas de destrucción. A partir del día siguiente, el Consejo de defensa, en el que


ingresó Marcelo, se ocupó en discutir un plan de resistencia y de preparar su ejecución.


En todo esto, el joven alsaciano fue secundado por Octavio, al que encontró


moralmente cambiado, y con mucha ventaja.


¿Cuáles fueron las resoluciones adoptadas? Nadie lo supo al detalle. Sólo los


principios generales fueron comunicados sistemáticamente a la prensa y hechos públicos.


No era difícil reconocer en ellos la mano práctica de Marcelo.


-En toda defensa -se decía por la ciudad-, el asunto está en conocer las fuerzas del


enemigo y adaptar el sistema de resistencia a esas mismas fuerzas. Sin duda, los cañones


de Herr Schultze son formidables. Mejor es, sin embargo, tener enfrente esos cañones cuyo


número, calibre, alcance y efectos se conocen, que tener que luchar contra elementos poco


conocidos.


La cuestión era evitar el sitio de la ciudad, ya fuese por mar o por tierra.


Esto era lo que estudiaba con actividad el Consejo de defensa, y el día en que un cartel


anunció que el problema estaba resuelto, no lo dudó nadie. Los ciudadanos acudieron en


masa a ofrecerse para ejecutar los trabajos necesarios. Ningún empleo era desdeñado,


siempre que pudiera contribuir a la obra de defensa.


Hombres de toda edad y de toda posición se convertían en simples obreros, en


aquella circunstancia. El trabajo era ejecutado con rapidez y alegría. Fueron almacenados


en la ciudad aprovisionamientos de víveres suficientes para doscientos años. La hulla y el


hierro llegaron también en cantidades considerables. El hierro, como primera materia para


el armamento; la hulla, como receptáculo de calor y de movimiento, ambos indispensables


para la lucha.


Y, al mismo tiempo que la hulla y el hierro, se amontonaban en las plazas pilas


gigantescas de sacos de harina y de trozos de carne ahumada, ruedas de queso, montañas


de conservas alimenticias y de legumbres secas se acumulaban en los salones


transformados en almacenes. Rebaños numerosos estaban encerrados en los jardines, que


hacían de France-Ville un anchuroso prado.


Por fin, cuando apareció el decreto de movilización de todos los hombres aptos para


tomar las armas, el entusiasmo que lo acogió demostró una vez más las excelentes


disposiciones de aquellos soldados ciudadanos. Equipados sencillamente con chaquetas de


lana, pantalones de tela y botas; cubiertos con un buen sombrero de cuero y armados de

Los 500 Millones De La BegunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora