Si el peligro no era ya inminente, era todavía grave. Marcelo dio a conocer al doctor
Sarrasin y a sus amigos todo cuanto sabía acerca de los preparativos de Herr Schultze y de
sus máquinas de destrucción. A partir del día siguiente, el Consejo de defensa, en el que
ingresó Marcelo, se ocupó en discutir un plan de resistencia y de preparar su ejecución.
En todo esto, el joven alsaciano fue secundado por Octavio, al que encontró
moralmente cambiado, y con mucha ventaja.
¿Cuáles fueron las resoluciones adoptadas? Nadie lo supo al detalle. Sólo los
principios generales fueron comunicados sistemáticamente a la prensa y hechos públicos.
No era difícil reconocer en ellos la mano práctica de Marcelo.
-En toda defensa -se decía por la ciudad-, el asunto está en conocer las fuerzas del
enemigo y adaptar el sistema de resistencia a esas mismas fuerzas. Sin duda, los cañones
de Herr Schultze son formidables. Mejor es, sin embargo, tener enfrente esos cañones cuyo
número, calibre, alcance y efectos se conocen, que tener que luchar contra elementos poco
conocidos.
La cuestión era evitar el sitio de la ciudad, ya fuese por mar o por tierra.
Esto era lo que estudiaba con actividad el Consejo de defensa, y el día en que un cartel
anunció que el problema estaba resuelto, no lo dudó nadie. Los ciudadanos acudieron en
masa a ofrecerse para ejecutar los trabajos necesarios. Ningún empleo era desdeñado,
siempre que pudiera contribuir a la obra de defensa.
Hombres de toda edad y de toda posición se convertían en simples obreros, en
aquella circunstancia. El trabajo era ejecutado con rapidez y alegría. Fueron almacenados
en la ciudad aprovisionamientos de víveres suficientes para doscientos años. La hulla y el
hierro llegaron también en cantidades considerables. El hierro, como primera materia para
el armamento; la hulla, como receptáculo de calor y de movimiento, ambos indispensables
para la lucha.
Y, al mismo tiempo que la hulla y el hierro, se amontonaban en las plazas pilas
gigantescas de sacos de harina y de trozos de carne ahumada, ruedas de queso, montañas
de conservas alimenticias y de legumbres secas se acumulaban en los salones
transformados en almacenes. Rebaños numerosos estaban encerrados en los jardines, que
hacían de France-Ville un anchuroso prado.
Por fin, cuando apareció el decreto de movilización de todos los hombres aptos para
tomar las armas, el entusiasmo que lo acogió demostró una vez más las excelentes
disposiciones de aquellos soldados ciudadanos. Equipados sencillamente con chaquetas de
lana, pantalones de tela y botas; cubiertos con un buen sombrero de cuero y armados de