4. El Ladrón del Tiempo

415 46 5
                                    

Un par de segundos después detalló mi rostro, y aunque seguía con el ceño fruncido, un ligero aire de desconcierto se asomó en su cara.

—¿Reg-Regulus Black? —murmuró sorprendido—. ¿Pero cómo?

—Creo que no estás enterado de las noticias, querido Dung —le dije con una leve sonrisa.

—¡Hace siglos que no leo El Profeta!

Parecía descontrolado. Más bien por el hecho de ser molestado en su propia casa, que por haber visto a alguien que estaba muerto desde hacía mucho.

—Necesito tu ayuda, Dung. Pero debes dejarnos pasar para poder ir al grano. Sólo será un momento. ¿Te parece?

La idea, evidentemente, no le gustaba al hombre. Nunca fue alguien que se diga agradable, pero al parecer, el pasar del tiempo lo hizo aún más huraño. Tras unos cuantos gruñidos, Mundungus asintió de mala gana.

—Muy bien, muy bien, muy bien. Pasen, ¡pero que sea rápido! —dijo éste, dándonos suficiente espacio para entrar. Cuando pasé por su lado, el olor, que definitivamente venía de él, me hizo preguntarme cuántos días tenía sin bañarse.

En cuanto entramos, Hannah apretó mi mano con fuerza. El anfitrión nos llevó hasta un pequeño salón donde sólo había un mugriento sofá, una mesa con una gran cantidad de objetos curiosos encima y un enorme armario de madera avejentada, al lado del cual permanecí de pie.

—Siéntense. Son libres de hacerlo. Aunque no esperen que les invite algo.

—Será rápido, lo prometo —aseguré, cuando Hannah y yo nos sentamos en aquel sofá que estaba recostado a la pared del fondo del salón. Algo me decía que también hacía la función de cama, y esperaba que nada más que eso.

Me sorprendía un poco el hecho de que Mundungus no preguntara nada acerca de por qué yo estaba vivo, pero no mostraba el más mínimo interés en ello. Al principio pensaba que lo mejor era conversar un poco y luego hablar del asunto del giratiempo, pero ahora mismo, dado su comportamiento, lo que más quería él era que fuera al grano de una vez, quizás para seguir con lo que sea que estuviera haciendo.

—Es sobre... viajar en el tiempo —dije. Mundungus gruñó—. Necesitamos tener claras un par de cosas, y sé que tú eres el indicado para eso.

El hombre se removió en su sillón.

—Hace años que no hablo de eso —murmuró.

—Lo sé, lo sé. Pero eres el único que puede darme esa información. Verás...

—No pienso hacerlo —interrumpió él—. No voy a hablar ni contarte nada. Y mucho menos delante de ella. Su padre es un Auror.

Antes de contestar, le eché un vistazo a Hannah, quien se veía tensa en su asiento. Imaginaba que esto pasaría, que Mundungus iba a resistirse a contar nada. Pero tampoco tenía pensado resignarme ante la primera negativa.

—Lo vas a hacer —dije con fuerza, pero sin alzar la voz—. Nos vas a ayudar, y en diez minutos nos iremos de aquí y no nos veremos más, con suerte. ¿O acaso debo recordarte tu historial? Tus idas y venidas, tus negocios con gente de los dos bandos. Porque aún siendo de la Orden, no detuviste tus tratos con los amantes de las artes oscuras, a quienes vendiste curiosos objetos. El guardapelo en el que estaba alojada una parte del alma del Señor Tenebroso lo robaste tú de la casa de mis padres. ¿Y el diario? Hablemos de ese diario que tienes contigo... nunca quisiste contarme a quién le pertenecía, pero basta con que yo corra la voz de que lo tienes tú, y el dueño vendrá a ti antes de que siquiera se te ocurra reaccionar.

Más Allá del Tiempo, por Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora