7. 17 de septiembre de 1996

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La noche ofrecía su mejor cara. La luz de la luna, que alumbraba todo Virginia Park, hacía que no fuese necesario utilizar el hechizo lumos, puesto que todo a nuestro alrededor se veía con gran claridad, aún cuando la medianoche estaba cerca de llegar. Definitivamente, nadie alrededor podría adivinar lo que pasaría más tarde en la casa de los Abbott.

Di un vistazo a mi reloj: se había detenido. Las agujas hacían un leve movimiento hacia adelante y hacia atrás, pero la hora que marcaba no avanzaba, por lo que no sabía cuánto tiempo había pasado desde que retrocedimos en el tiempo.

—Unos veinte minutos —respondió la rubia cuando le pregunté sobre el tema. Ella se mantenía agachada y con la espalda recostada al tronco del árbol. Cada cierto tiempo volteaba en dirección a la puerta de la entrada, que se mantenía inmaculada.

De vez en cuando, Hannah se enjugaba las lágrimas con la manga de su abrigo. Pero no rompía a llorar, sólo eran sollozos aislados. Mientras estábamos allí, en la parte superior de la casa se seguía oyendo la voz y la risa de su madre. Sabía que no era nada fácil tenerla tan cerca y a la vez tan lejos.

—Ven. —La chica extendió su mano y me hizo señas para que me acercara—. Aparezcámonos dentro.

—¿Aparecernos? Pero... ¿la casa no tiene un embrujo contra-aparición?

—Sólo para intrusos. Yo no lo soy, así que podrás aparecerte conmigo. Tengo un rato dándole vueltas, pero no creo que el embrujo detecte que no soy... —torció los labios unos segundos— de esta época. Digo, sigo siendo Hannah, ¿no?

—Supongo que no habrá problema.

—Pues probemos.

—Hannah, dime algo antes de entrar... Recuerdas lo que nos advirtió Mundungus, ¿cierto?

La chica asintió y respondió:

—Sí, lo recuerdo. Descuida.

Lamentaba tener que recordar las palabras de alguien tan poco honorable, pero es que tenía razón. No era cualquier cosa viajar en el tiempo. «Quizás por eso se volvió loco», pensé.

Ante la respuesta de la rubia, asentí de vuelta, me aferré a su mano y cerré los ojos. Un par de segundos después, durante los cuales pensé que esta vez realmente sí vomitaría, estábamos pisando el recibidor de la casa de los Abbott. Las cortinas estaban cerradas, por lo que no se distinguía demasiado bien, pero era una estancia bastante amplia, que se unía al comedor sin haber ninguna pared de por medio.

Hannah hizo un gesto para que la siguiese hasta las escaleras. Por un momento pensé que iba a subir, pero en cambio, continuó hasta una pequeña puerta ubicada debajo. Ella entró primero y yo hice lo mismo un instante después, cerrando la puerta con toda la cautela que pude.

El lugar era bastante pequeño, y por la cantidad de cosas que había en la alacena, apenas y cabíamos nosotros dos. En la parte superior de la puerta había un par de rendijas de ventilación, entre las cuales se veía el recibidor y parte de la sala de estar, alumbrados por la tenue luz que se colaba a través de las cortinas.

—¿Nos habrán oído?

—Seguramente sí —susurró ella—, pero no creo que mi padre le ponga demasiada atención. Tal vez sólo echará un vistazo desde arriba.

Nos quedamos en silencio, por si el señor Abbott bajaba hasta el salón, pero no escuchamos nada más que el sonido de los grillos desde el jardín. Los minutos pasaban, y todo seguía tan tranquilo como desde antes de entrar a la casa. Los músculos de mis piernas se quejaban por la incómoda posición en la que estaba, y el polvo que cubría el interior de la alacena se metía por mi nariz y me obligaba a estornudar, pero reprimía las ganas.

Más Allá del Tiempo, por Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora