9. Reditum Tempore

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El reciente viaje a Virginia Park aún daba vueltas en mi cabeza. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo, que mi cerebro intentaba procesarlas, pero se hacía una tarea cuesta arriba. Mi cuerpo era una queja andante, y no había centímetro de él que no sintiera a punto de estallar del dolor. Hannah soltaba gemidos a mi lado mientras se tocaba las costillas.

—Espérame unos segundos, ¿sí? —le dije.

Ella asintió levemente y con cuidado se sentó en el suelo de aquel callejón.

Di media vuelta y caminé lo más rápido que me permitían mis doloridas piernas, rumbo a Cabeza de Puerco. Al dar un empujón a la puerta, la cual se abrió de par en par, reprimí un grito cuando golpeé la madera con mi hombro derecho, que aún escocía.

En la taberna sólo había una persona además del dueño: la anciana a la que pedí prestado el periódico. Avancé hacia la barra y le dije al hombre lo más bajo que pude:

—Necesito una bebida de esas, ya sabes...

—¿Qué necesitas? —gruñó el tabernero.

—Sólo algo para un par de huesos rotos.

No preguntó nada más. Era su política, y tal vez por eso tenía tantos clientes que solicitaban sus servicios. De hecho, tal vez tuviera más ingresos con eso que con el propio pub. El dueño del local asintió con desgana y se desapareció detrás de la puerta que tenía a sus espaldas. Varios minutos después, volvió con una pequeña botella en su mano.

—Con un par de tragos será suficiente —dijo él.

—¿Funcionará con esto?

Luego de decir aquello, me quité el abrigo, y subiendo la manga de mi camiseta, le enseñé la quemadura. Él abrió mucho los ojos, pero un segundo después, volvió a adoptar la misma expresión dura e impersonal de siempre, o al menos desde que yo le conocía.

—Servirá. Cinco galeones.

El hombre, cuya larga y sucia barba tocaba la barra que tenía delante, puso frente a mí la botella de vidrio color ámbar y un tapón de madera en la punta.

Rebusqué en mi bolsillo y puse las monedas sobre la mesa. Él le dio un vistazo de algunos segundos a mi rostro, y luego se dio la vuelta, viéndose muy ocupado limpiando vasos con un trapo que pareciera no haber cambiado desde antes de que yo muriese.

El frío de la noche golpeó mi rostro cuando salí de Cabeza de Puerco con la botella en mi mano derecha. Hannah seguía sentada en el suelo, y alzó la vista con un leve dejo de confusión.

—Toma un poco de esto —le dije a la chica, ofreciéndole el líquido que acababa de comprar.

Sin decir nada, la muchacha dio algunos tragos. De inmediato arrugó el rostro y me devolvió la botella.

—Es una especie de tónico —expliqué luego de sentarme a su lado—. A veces terminaba agotado o herido de aquellas salidas con los mortífagos y venía a beber de esto. Obviamente no podía ir a San Mungo porque harían muchas preguntas. Créeme que licor no es lo único que vende ese hombre.

—No es precisamente legal, ¿cierto?

—Lo dudo mucho.

—No veo a Abe yendo al Ministerio de Magia a pedir permiso para vender pociones para heridas.

Más Allá del Tiempo, por Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora