5. Once y cincuenta

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No tardó en visualizarse ante mí el callejón ubicado detrás de Zonko. Veía ligeramente borroso, así que me quedé allí de pie, con el corazón latiendo con muchísima fuerza. Hannah tampoco se había movido, y estaba tan agitada como yo. Me solté de la mano de la muchacha y exhalé con fuerza.

—Por Merlín... —susurré.

—¿Ya te he dicho que voy a matar a Mundungus Fletcher? —soltó.

—Unas treinta veces. Pero eso sólo si yo no lo encuentro primero.

—Vayamos a tomar algo, ¿sí?

Tomamos camino hacia Las Tres Escobas, pero no hizo falta entrar para darnos cuenta de que el lugar estaba abarrotado, pues por las ventanas se vislumbraba la cantidad de gente que había allí.

—Conozco otro lugar, vamos —le dije.

Seguimos derecho por la calle principal y doblamos en una de las calles más alejadas del centro. Justo encima de la entrada, una oxidada cabeza porcina nos miraba mientras retorcía su nariz.

—Una vez vine aquí. Fue la primera reunión de aquel grupo de defensa que organizó Harry Potter —admitió Hannah cuando tomamos una de las mesas del fondo.

En realidad teníamos para elegir, porque el lugar estaba completamente vacío. El tabernero dio una ligera cabezada cuando me vio, y me dio un par de tragos cuando me acerqué a la barra. El lugar no era tan acogedor como el otro bar, pero no estaba tan mal. Seguía tan sucio como la primera vez, y el despachador igual de antipático.

—Siempre venía acá. El dueño nos daba tragos fuertes aún cuando no cumplíamos con la edad. Tiene una bebida para todo, aunque no todas sean legales, claro —le ofrecí uno de los vasos—. Traje whisky de fuego. Creo que es lo que necesitamos ahora, ¿no?

—Tienes razón.

El licor bajó por mi garganta, quemándome por dentro. Cerré los ojos y dejé que la sensación se expandiera. Me dolía absolutamente todo el cuerpo, en especial el pecho y los hombros, producto de aquellas paredes que casi se unen en una sola.

—Creo que traeré la botella —dije, cuando vi que ella también había terminado con su trago.

Fui a la barra y regresé un minuto después. La chica se quitó el abrigo y lo puso sobre sus piernas.

—¿Sabes? —Me senté de nuevo y llené el par de vasos mientras hablaba—. Creo que Ernie tiene razón.

—¿Qué dices?

—Volví a llevarte conmigo y mira lo que pasó.

—No digas tonterías. Yo fui porque quise.

—A quien buscan es a mí.

—Y si fuimos hasta, ¿cómo se llama?, Ox-eye Down... fue por mí, ¿lo recuerdas?

—Pues... sí.

—Entonces nada. En serio, Regulus Black, a veces eres un poco tonto.

—Sólo corto de entendederas —respondí.

Ella se resistió, pero un par de segundos después sonrió.

—Vaya clase de amiguitos tenías en esos tiempos, ¿eh?

—Yo era mortífago, ¿qué esperabas? Lo cierto es que Mundungus no le era leal a nadie. Tal vez lo viste alguna vez con Dumbledore. Él era, digamos, de los suyos, pero frecuentaba a los mortífagos. Sólo le era leal a una par de galeones, eso sí. Siempre le dio información a los dos bandos sin importarle nada. Sólo que le pagaran lo suficiente. Y aún así, mira las condiciones en las que vive.

Más Allá del Tiempo, por Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora