24. Contra el reloj

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La noche estaba en su fase más oscura. Las nubes habían ocultado la luna, dejando apenas una tenue luz iluminar el lugar, y la presencia de estrellas en el cielo era mínima. Las hojas esparcidas sobre el suelo crujían con cada paso que dábamos, como si la oscuridad hubiese hecho que el mínimo ruido se escuchase en todo el bosque.

Severus alzó su varita y hundió la punta en su antebrazo izquierdo. La marca tenebrosa se volvió de un negro muy vivo, y la serpiente que salía de la calavera se movía lentamente, deslizándose por su piel hasta volver al punto inicial.

El inconfundible ruido de apariciones se hizo presente en la noche al menos unas cuatro veces. Varios encapuchados se materializaron alrededor de nosotros con sus varitas en alto.

—¿Cómo lo has encontrado? —preguntó Walden Macnair con una mueca torcida.

—A unos cincuenta metros de la mansión —respondió Severus—. Él fue el autor del fuego demoníaco.

—¿Ah, sí? —dijo Rabastan, mirándome con ojos furiosos—. Ya veremos si eres así de valiente sin tus malditos amigos. ¿Dónde están?

En lugar de responderle, le dediqué una mirada cargada de odio.

—Escucha, Black. Me da igual que hayas regresado del mundo de los muertos. Pero si no respondes, voy a hacerte tanto daño que tú mismo me pedirás que te mate. ¡Me suplicarás!

—Cálmate, Rabastan. El Señor Tenebroso lo quiere vivo.

—¿Pero es que no me has escuchado, Severus? No quiero matarlo...

—Da igual. Hay que llevárselo al Señor en las condiciones en las que le hemos encontrado.

Rabastan bufó y se dirigió de nuevo a mí.

—¿Dónde están tus amiguitos? ¿Dónde está esa malnacida de Tonks? No le bastó con cargarse a mi hermano, sino que también ha asesinado a Bellatrix...

Una vez más, no dije nada.

—Los encontraré tarde o temprano, Black. Y te juro que si no cooperas, los haré pedazos enfrente de ti. ¿Me escuchas? ¿Me escuchas? ¡CRUCIO!

Caí de rodillas sobre la hierba, gimiendo. Esta vez el dolor era mucho más fuerte, si cabe decirlo, pues con todas las heridas sobre mi cuerpo, la maldición parecía hacer un efecto mucho peor. En mi mente jamás habría imaginado que la Cruciatus podría ser más dolorosa aún.

Severus me miraba con rostro sereno y una leve sonrisa dibujada en sus labios.

—¿Cuántas bajas hay? —preguntó.

—No estamos seguros —respondió Rowle—, pues no sabemos si hay algunos desaparecidos. Pero según mis cálculos, deben haber muerto unos seis.

—Seis...

—Y todos y cada uno de ellos lo pagará —murmuró Rowle con fiereza.

—Eso sin dudas —coincidió Severus—. Los otros no tardarán en caer.

—Por un momento pensé que era tú una de las bajas —comentó Walden—. Realmente no te vi mucho en la pelea.

—No sabía que tenía que rendirte cuentas a ti cada vez que me enfrente a malnacidos como estos —respondió el otro.

—Eres un imbécil, Waldo —comentó Rabastan con sorna—. La sala de la mansión es inmensa... o lo era.

Al decir aquello, me miró con profundo resentimiento.

—Ahora concentrémonos en hacer a Black decirnos dónde están sus amigos. —Macnair alzó su varita y me apuntó.

—O en encontrar el giratiempo y entregárselo al Señor Tenebroso —opinó Severus—. Uno de ustedes lo tomó.

Más Allá del Tiempo, por Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora