11. Mantícora

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Todos los recuerdos daban vueltas en mi cabeza una y otra vez. Por más que intentaba apartarlos, era imposible. Ya no escuchaba aquellas voces, pero podía recordarlas perfectamente. Un fuerte y agradable olor inundó mi nariz. Mis fosas nasales se expandieron y aspiré profundamente aquel aroma. Cuando abrí los ojos, Hannah me miraba con una taza humeante en sus manos, justo en frente de mí.

—Chocolate —dijo.

Tomé la taza y bebí de ella. Pensé que no podría tomarlo, pero el líquido bajó por mi garganta con facilidad, a pesar de lo caliente que estaba. En un instante, una sensación de alivio recorrió mi pecho y se expandió al resto del cuerpo. El temblor y el frío se habían ido, y también se esfumaron la ansiedad y el temor. Unos segundos más tarde, ya había terminado con el resto de la taza.

—¿Dónde estamos? —pregunté mientras miraba alrededor, una pequeña cocina con una mesa circular en el centro, frente a la que estábamos sentados en unas gruesas sillas de una madera que no supe reconocer. Era claramente una cocina muggle, pues había una buena cantidad de objetos que no conocía, conectados a algunos puntos en las paredes, supuse que para pudieran funcionar con aquello que llamaban "electricidad".

—Dentro de una de las casas. Necesitaba encontrar el chocolate para ti. No habían tabletas acá —señaló la despensa que tenía a sus espaldas—, pero encontré algo de chocolate en polvo en la siguiente casa, que también está vacía, por cierto.

Fruncí el seño un par de segundos. ¿Estarían vacías todas las casas?

—Gracias... —susurré—. Me ha hecho muy bien.

—Consejo cortesía de Harry Potter. Aunque realmente quien se lo recomendó fue el profesor Lupin.

—¿Remus?

—Sí, creo que ese es su nombre.

Así que la chica pasó el siguiente par de minutos explicándome que Remus, aquel amigo de Sirius con el que compartí tal vez un par de palabras en aquellos años, fue profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en Hogwarts durante cierto período de tiempo. No me extrañaba en absoluto aquello, pues de lo poco que llegué a conocer a Remus, tenía aquella vocación por enseñar a otros, y también una manía por ayudar aunque nadie se lo estuviese pidiendo. Cuando le pregunté a la rubia la razón de su corta estadía, no quiso responder.

—¿Y el patronus también lo aprendiste de Harry? —pregunté.

Hannah asintió.

—Es un cordero.

—Eso lo recuerdo muy bien. —Sentí cómo mis mejillas se encendieron al hacer mención a nuestro encuentro con los dementores—. Yo... gracias. Por ahuyentarlos.

—No tienes nada que agradecer, Regus.

—Siento... no haber podido ayudar. Es que... —solté un suspiro.

—No hay de qué avergonzarse —dijo ella sin tapujos—. Tus experiencias deben haber sido más traumáticas que la mayoría. Fuiste un mortífago, y te redimiste. Debes haber visto miles de cosas horribles. ¡Si es que hasta has muerto! Entiendo la manera en la que te han afectado los dementores.

Me quedé mirando un punto fijo en la pared sin decir nada. Ella se sirvió también una taza de chocolate y se sentó en una silla que tenía a mi lado.

—Me has contado algunas cosas por las que pasaste —continuó—. Y las otras puedo imaginármelas. Sobre lo de tu amigo...

—Sebastian —murmuré—. Escuché su voz... y la de Kreacher, cuando El Señor Tenebroso le hizo daño.

Más Allá del Tiempo, por Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora