Capítulo 26 - Campana de Cierre

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"¡Cinco minutos para la campana de cierre!" una voz hizo eco a través del piso de inversión. Todo el lugar parecía como si un huracán hubiese pasado zumbando por ahí, como si acabaran de jalar la alarma de fuego.

Max estaba sentado con sus pies encima de su escritorio, su cabeza encorvada a la izquierda mientras mantenía su línea de venta, desarreglado pero aún así presentable. Vestía una camisa blanca de rayas desabotonada en el cuello, con una corbata de Prada suelta, un chaleco gris oscuro y pantalones haciendo juego.

Bajó los pies, enderezó su silla y tomó un sorbo de Vitamin Water, luego con su mano libre abrió el segundo cajón y sacó una botella pequeña tamaño de avión de Johnnie Walker Black. Se la tomó de un sorbo.

Apretando el botón de espera en el teléfono con su índice izquierdo y dedo medio, gritó, "Estoy en ello bastardo. No fastidies, es mi comprador. Lo conseguiré, Sebastián."

"No jodas esto o juegues al vaquero de medianoche. Tenemos un vendedor institucional y un mercado que se está viniendo abajo, sólo cuenta tus pérdidas y déjalo ir."

Sebastián era el director de inversiones, de voz ronca y tipo intimidante, parte de la generación vieja de negociantes.

"Te dije, lo tengo." Max sonrió, "Además, disfruta un poco. ¿Ya no nos estamos divirtiendo?"

"Termínalo ahora."

"Puta madre, está bien." Max descolgó su teléfono, golpeando el auricular contra su palma.

"Entonces Javier, ¿tenemos un acuerdo?"

"Sí, Don Emilio estará muy contento," habló con un acento fuerte español. "Tenemos un buen entendimiento de los contratos a futuro, y sólo digamos que, tenemos buenos indicios que la cosecha se recuperará muy bien la segunda mitad del año. Ha sido un invierno pesado."

"Si ese es el caso, tenemos un vendedor privilegiado, nada sale de esta habitación, pero él prefiere todo el lote. Movería el mercado, pero controlarías casi todo. Aparecerá en la confirmación final de inversiones del día, pero nada muy severo antes del reporte de USDA de mañana. Claro que a una comisión, tampoco quiero insultar al vendedor."

"Ah ... Max, siempre el boy scout, ¿eh? Pobre pequeño Max, esperando hasta el último minuto para que alguien lo salve. O espera a salvarlo. ¿Cómo sé que si no me vendes ese lote a mí, que no lo venderás después del reporte mañana?"

"Bueno. No sabes. Pero tampoco encontrarás el mismo contrato de cosecha y cereales que te estoy ofreciendo ahora a una pequeña comisión para asegurar tus ganancias – por lo que dices – para el resto del año. Imagina, Javier, eso podría ser el verano entero en la Toscana con tu familia ... y sin llamadas de mí."

Los ojos de Max se entrecerraron mientras que rascaba su barbilla. Se dio cuenta que su barba estaba crecida, debieron haber pasado un par de días desde que se afeitó.

"Bueno Max, hazlo a un cuarto más. Ni un centavo menos ni un centavo más. Cómprate un nuevo traje de boy scout." Bajo su aliento, pero todavía audible escuchó, "Este miserable hijo de la gran p-" antes de que la línea se cortara.

"Hmm, bueno, te mandaré la confirmación de venta y concluiremos el día," Max dijo antes de colgar.

El resto del piso de transacciones se estaba cerrando por el día, pero una campana fuerte sonó y varios gritos y alaridos hicieron eco de los otros negociantes felicitando a Max. Sin embargo, eso disminuyó cuando la campana de cierre sonó y Sebastián entró al piso.

"En mi oficina ... Ahora."

Max salió a través del piso por las puertas de vidrio de doble paño y entró a la oficina lujosa de Londres de su jefe. Sebastián tenía un par de fotos con su familia, retiros de entrenamiento y algunas pinturas originales de Dalí colgadas en la pared. Era un espacio lo suficiente grande para un pequeño escritorio, mesa de conferencia, un par de sillas Barcelona, y un área de alfombra y otomana para atender a clientes y ejecutivos.

Robando A EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora