Lucifer solo castiga a los malvados

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Después de dejar a Kaily en su cochambroso apartamento, a Scott le tocaba hacer el doble de horas para cubrir los dos turnos.

Tampoco podía quejarse, a lo que estaba haciendo no se le podía llamar trabajar, solo estaba sentado pegado a una botella , como si estuviese fuera de la barra.

-¿Hola?- una voz angelical le llamó la atención. - ¿Tienes cambio? - preguntó ella con un billete en la mano. - No puedo usar la cabina...

Puede que un día cualquiera entre el bullicio de la cafetería no se hubiese fijado en ella, pero aquel día era lo único que podía ver. Cómo en las fotos de flores, puede que haya mil margaritas iguales junto a esa, pero solo te centras en una y te parece la margarita más bella que has visto en tu vida.

-Puedes usar mi teléfono.- Scott señaló su móvil que estaba sobre la encimera.

-No gracias. - y añadió una sonrisa dulce, a Scott nunca le habían dicho que no se fiaban de él de una manera más bonita.

-Vale. - dijo sonriendo él también, abrió la caja buscando un par de monedas que poder dejarle... y notó algo presionando a un lado de su cabeza.

-No se te ocurra hacer ni un solo movimiento. - dijo ella con el dedo sobre el gatillo mientras metía el dinero de la caja en su bolso, no se dejó ni las monedas.

Scott se quedó congelado de sorpresa paralizando cada músculo, salvo su risa tonta que no pudo contener.

-No hagas ninguna tontería.- le advirtió en tono amenazante, apretando el arma con más fuerza contra su cabeza.

-No, no, si el bar no es mío me da igual lo que te lleves .- reconoció mordiendo su labio para evitar reír.

-¿Qué?- ella levantó una ceja sin dejar de apuntarle.

-Si, que cobro lo mismo, tú eres rubia natural, ¿no?- en ese momento Scott se dio cuenta de lo poco que apreciaba su vida si se la jugaba tan solo por un chiste que únicamente iba a conseguir sus propias risas.