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-¿Me pones un café?- dijo ella dejando escapar una sonrisa, probablemente provocada por la cara de empanamiento mental que tenía Scott al mirarla.

-Si, ¿cómo lo quieres?- parpadeó un par de veces para no parecer más estúpido de lo que era.

-Con leche y azúcar. - él ya lo había apuntado antes de que acabase de decirlo, al parecer había aprendido algo de Kaily.

-Tienes un hermano adorable- dijo Scott en un desesperado intento para alargar la conversación lo máximo posible.

-¿Paul? Él no es mi hermano.- dijo ella mientras jugueteaba con su pulsera como excusa para no mirarle a los ojos.

-¿Tú hijo?- preguntó Scott algo extrañado, aunque no tenía nada en contra de las jóvenes madres solteras.

-¡No!- contestó ella casi ofendida. - Soy su niñera.

-Oh, genial. - Scott se echó hacia atrás temiendo que llegase la despedida.

-Se te dan bien los niños ¿verdad?- por lo visto ella tampoco quería quedarse sola.

-Si, se podría decir que si.- en realidad estaba mintiendo, salvo Paul y la pequeña Demi (a la que llevaba días sin ver), nunca había caído bien a ningún niño, cada vez que Scott se acercaba a uno de esos pequeños cabroncetes se ponían a gritar y lloriquear llamando a su mamá.

Ella asintió y empezó a mirar por la ventana.

El ruido de la cafetería volvió a nublar los oídos de Scott, cuando ella hablaba era lo único que podía escuchar y los sonidos de fondo desaparecían.

-¡Ayuda!- gritó Emma.

-¿Qué?- Scott se sobresaltó por el volumen que había usado, uno tan alto que había enmudecido hasta a él frigorífico que llevaba seis años vibrando y sonando como una rayadora de piedras.

-¡A esa señora la han robado su bolso!

Lucifer solo castiga a los malvadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora