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Entró en el cuarto de la limpieza del que ya había visto que Kaily salía feliz y despistada.

Y vio su bolso lleno de remiendos y parches mal cosidos, como toda su ropa lo estaba desde la recaída.

Lo abrió y los colores alegres le llenaron los ojos, sacó un par de las pastillas que no eran precisamente ibuprofenos y las vació sobre el café de Emma.

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-Emm...¿puedo llamarte así?- era mucho más fácil hablar con ella cuando estaba tan sosegada, aunque era un poco cargante el hecho de que estuviera tan pálida y enfermiza.

-Nop.- dijo con un acento de algún país muy lejano.

-Hora de cerrar.- dijo él encogiéndose de hombros.- Te ayudaré. -colocó las manos cuidadosamente a los lados de sus caderas y tiró de ella hacia arriba.

-No puedo andar.- dijo ella agarrada a la valla del borde de la azotea.

-¿Confías en mí?- preguntó Scott sosteniéndola bajo sus brazos.

El cielo estrellado y el viento frío que golpeaba con fuerza, hicieron que cuando ella estiró los brazos , aquello pareciera una escena de Titanic.

-Sácame de aquí Scott. - balbuceó mientras sus párpados se desplomaban imparables.

-¿Te llevo a mi casa?- pero ella no le contestó, sino que perdió el conocimiento totalmente en su brazos. - Me lo tomaré como un sí. - concluyó besando su frente.

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Emma se levantó cómo cada mañana lo hacía, se apartó el pelo de la cara, estiró los brazos bostezando sin la menor clase. Y abrió los ojos. Ese lugar era desconocido para ella, las escaleras hacia arriba indicaban que era un sótano, que estaba vacío a excepción de la cama dónde había dormido.

Se levantó rápidamente y corrió hacia la salida , aunque sin poder recordar nada.

Al verse de pie, se dio cuenta de que el pijama que vestía no era suyo, pero dio las gracias por no estar desnuda.

Lucifer solo castiga a los malvadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora