xviii.
Al salir de aquella sombría y oscura bodega sentí una desesperación que crecía de manera precipitada en mi pecho. ¿Qué haría ahora? Estaba sola en el vasto espacio que la rodeaba, no tenia de arma más que una daga y claro está, sus poderes. Lo que se había conseguido no se parecía en nada a lo que ella habría imaginado. Estaba en un estacionamiento gigantesco y desolado, al igual que todo a su alrededor, de las grietas del pavimento crecían hierbajos que le daban mala espina y un extraño escozor se apodero de sus extremidades. Mientras caminaba sin separarse de la pared de ladrillo a sus espaldas, los ladrillos se le clavaban en la espalda y la rugosa textura hacia que castañearan sus dientes. Sabía que un vampiro estaba cerca, la bilis subió a su garganta y sintió en su estomago lo que parecía un descabellado tsunami.
Estaba preparada para atacar desde que había salido, su daga de plata descansaba en su mano derecha, la cual sostenía con mucha fuerza haciendo sus nudillos blancos y sus muñecas doler. No la soltaría por nada del mundo, cualquier descuido podía valer su vida. Es por esto que cuando el primer vampiro corrió con lo que parecía la velocidad del sonido a atacarla, ella ya estaba más que preparada para recibirlo.
Su Mori había salido a la luz y estaba haciendo un buen trabajo en ayudar a Halia a pelear. Evitaba los golpes del vampiro de cabello rubio y ojos verdosos con una velocidad casi graciosa, se movía con agilidad cada vez más cerca de lo que buscaba y tan rápida como una serpiente acechando a su presa. La daga brillaba entre los movimiento rápidos que realizaba. Logro propinarle un fuerte puñetazo al vampiro, un humano lo habría hecho reír, sin embargo, ella era una Mohiri, tenía súper fuerza. Lo había dejado noqueado por unos pocos segundos pero solo eso basto para que enterrara la daga en el corazón del vampiro haciéndolo retorcer ante la plata en su cuerpo. El cuerpo cayo lentamente realizando un sonido sordo en aquel silencio mortífero. Echo a correr buscando una salida, pero lo que consiguió la hizo querer entregarse y llorar.
Frente a mi caminaban un extraño par de lo que parecían hienas, median por los menos unos siete pies de altura, su pelaje era marrón-rojizo, estaban lleno de pelo espeso y abundante. Pero no era eso lo que más me asustaba de aquellas dos bestias. Sus ojos rojos no me inspiraban nada bueno y podía ver sin ningún esfuerzo el hambre que esos horribles ojos color sangre irradiaban. Mi poder elemental iluminó mis palmas con el característico color verde esmeralda que tanto me recordaba a los ojos mi madre. Mientras más se acercaban, el olor a almizcle que caracterizaba a esas extrañas criaturas inundo mis fosas nasales haciendo así que unas grandes arcadas me invadieran. Un gruñido férreo salió de lo más profundos de sus gargantas y tome eso como el indicio de una pelea que no tenía mucha esperanza de ganar.
Las primeras en atacar fueron esas bestias, utilizaban armas de seres humanos con mucha más experiencia de la que yo tenía. Embestían, atacan y con unos reflejos que no sabía que poseía logre esquivar la mayoría de sus golpes. Me habían golpeado varias veces con los escudos de metal que llevaban, haciéndome quedar sin aire por varios segundos. Trataba de quemarlos con mi mano libre, mientras también intentaba apuñalar a alguno de los dos. Rasguñaba y quemaba, pero ninguna de las dos cosas eran lo suficientemente letales como para acabar con ellas. Necesitaba concentrarme por completo al quemar a alguna de las dos, pero no podía hacerlo. La estaban rodeando. Una lágrima descendió por su mejilla dejando un camino húmedo en estas y cayó al suelo al igual que todas sus esperanzas por sobrevivir. Una de las bestias la derribo al suelo y cayo golpeándose fuerte las palmas. Chillo de dolor y busco lo más rápido que pudo levantarse del suelo. Había llegado muy lejos para aquello, no podía dejarse vencer en ese momento, no sin antes intentarlo. La espada de doble filo que llevaba aquella cosa era de hierro, con una empuñadora de madera. Nunca antes había visto una espada en la vida real ni pensó nunca haberla visto, pero parecía que los seres subterráneos no se habían actualizado lo suficiente y les gustaba utilizar las técnicas de la era medieval. No tenía idea de cómo blandir una espada ni mucho menos, pero cuando aquella criatura estuvo a punto de cortar su cuello ella de alguna forma logro quemar la mano de su atacante, haciendo que su mano se convirtiera en ceniza con su toque y por supuesto la espada quedo libre y no tardo dos veces en tenerla a su merced.
ESTÁS LEYENDO
When The Sun Goes Down.
FantasíaHalia Zondervan es una adolescente normal, o al menos intenta serlo. Toda su vida ha ocultado un secreto el cual ha aprendido a manejar muy bien. En la noche de la fiesta de bienvenida de la secundaria Halia ha sido atacada por un vampiro, cambiando...