Capítulo 1 - Puntos Rojos.

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A los diez minutos la alarma volvió a sonar. Ella apretó sus párpados a la vez que fruncía su ceño.

- ¡Maldita sea! - masculló entre dientes.

Cómo odiaba esa jodida melodía.
Los rayos del sol, cálidos y deslumbrantes, habían invadido su habitación, traspasando los cristales como también, las cortinas de su ventana. La castaña se removió bajo las sábabas, soltando uno que otro quejido bajo, corrió un poco la manta hasta dejarla debajo de su mentón. Resopló. Sacó su brazo y tomó su móvil, el cual reposaba sobre la mesa de noche. Presionó el botón lateral de su móvil, el reloj digital marcaba las seis y cuarenta. Dejó el móvil a un lado, sobre la cama, descubrió sus piernas, el frio mañanero recorrió su cuerpo, provocando que sus vellos se ericen por un instante. Se estiró y un bostezo soltó, talló sus ojos y por fin se puso de pie.
Un día más de pie frente al espejo. Cepillaba sus dientes, mientras observaba su reflejo agrietado.

"Cincuenta años de mala suerte..."

Aquel viejo espejo llevaba roto hacia casi un mes, y no había podido cambiarlo.

¿Con qué dinero?.

Era cierto que probablemente la castaña no tenía eso que llaman suerte pero... el espejo roto definitivamente no era el causante de su jodida suerte. No, el espejo llevaba roto unas pocas semanas y su vida... estaba rota hacia más que solo un par de semanas. Con respecto al espejo, cuando tienes tantos problemas encima, tanta responsabilidad, con tan solo dieciséis años, cambiar un espejo es lo último en lo que podrías pensar. o esa es mi opinión. El presupuesto no le alcanzaba para gastarlo en un espejo nuevo. El pequeño suelto que ganaba en la Panaderia, era el único ingreso a su "hogar" ya que su padre estaba desempleado hacia casi más de cinco meses. Su padre no se conformaba con ser un holgazán sino que también, el treinta porciento del sueldo que _______ ganaba, se lo quedaba el tipo para sus vicios. El resto apenas y alcanzaba para los alimentos del mes y pagos de servicios básicos como el agua, gas y luz.
Como había cambiado todo en tan solo seis meses.
La adolescente iba bajando las viejas escaleras con rápidez. Honestamente no tenía la más mínima gana de encontrar a su padre en el trayecto. No tenía la intención de comenzar mal el día...

- No puede ser posible -se quedó boquiabierta con el entre cejo fruncido.

Al pisar el último escalón la castaña notó en que condiciones deplorables, su padre, había dejado la casa.

- otra vez... -. Musitó, mientras observaba el desastre desde el pie de la escalera.

Que ganas de llorar. Dió unos pasos por el desastre mientras iba recogiendo algunas cosas desparramadas por el piso.
  La noche anterior, su padre había traído a sus amigotes a la casa para jugar al truco y beber, apostando lo que traía encima y hasta lo que no tenía, como solía hacerlo cada domingo desde  que su madre abandonará la casa hace más de medio año.


- Papá.. - suspiró sentandose en el brazo del sofa por un momento - ¿Qué voy a hacer contigo? - Cerró los ojos un momento negando y al abrirlos su mirada se enfocó en aquel piso, sucio, por manchas de alcohol y latas de cerveza. Aquel asqueroso desastre que le tocaría limpiar. Ahí estaba... Yacía a un lado del otro sofá, desde la corta distancia podía notar lo que era, se inclinó un poco para tomarla y tragó en seco al tenerla en su mano. No pudo evitar que su mandíbula se tensara al ver la imagen cuatro por cuatro. La cólera subía y bajaba por su garganta. Un trago seco y amargo.

Rose Petweyn, su madre.

La joven observó a la mujer castaña de la imagen. Jamás olvidaria a su madre, la había amado con toda su vida, era como su mejor amiga. Jamás había entendido por qué los dejó, por qué había decidido abandonar su hogar de un día para otro. Hacía pocos meses ella creía que su familia era perfecta, que sus padres se amaban. Bueno, a decir verdad su padre lo hacía, no había día en que él no la llenará de flores u obsequios. Entonces... ¿Por qué los dejó de un día a otro si tanto decia amarlos?. Esa era una duda que la niña creía llevarse a la tumba. Aunque su padre decía que se había marchado con su amante.

Síndrome De EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora