47. "Vuelve por favor"

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- ¿Edward? -. Mi entre cejo se frunció en cuanto vi que no se encontraba ni en la puerta, ni en el pasillo. Rodé los ojos y suspiré profundo -. Este tonto solo quiere congelarse -. Negué con la cabeza y entré.

Tomé mi abrigo, aquel que me quedará más holgado, uno que ocultará muy bien mi estado y a su vez sea abrigador, un gorro de lana y salí del departamento. Mientras caminaba hacía afuera me colocaba mis guantes, negros en las manos. Levanté la mirada y abrí la puerta principal del lugar. Una corriente más fría que la de un refrigerador recorrió mi cuello y se estampó en mi rostro.

- Ouh... -. Sobé mis brazos con mis manos -. Que frió -. Exclamé y cerré la puerta conmigo fuera. Acomodé el cuello de mi polera para que cubra mi cuello y boca. Miré a un lado y al otro intentando analizar o adivinar que rumbo tomó -.  Joder -. Bufé -. ¿Dónde se habrá metido?

Sentía como si estuviera metído en un refrigerador. Sintiendo como las corrientes de aire frío azotaban mi rostro descubierto.

Las calles estaban casi desiertas, apenas y transitaba uno que otro automovil o motocicleta, y una que otra persona abrigada hasta el cogote. Podría decir que la ciudad estaba siendo azotada por los inviernos más crudos de la historia, o yo era una friolenta sin remedio. Y lo raro era que no había nevado. No es que en la ciudad de Londres sea muy frecuente la nieve en los inviernos pero, con las bajas temperaturas sería de esperarse que nevara pero no lo había hecho aún.

- ¡Dios, Edward! -. Decía mientras observaba los alrededores -. ¿Dónde estás? -. Cubrí mi rostro con mis manos y las restregué por este. Levanté la mirada y suspiré mirando al cielo nocturno. Así me quedé en silencio por unos segundos y bajé la mirada -. ¿Qué me sucedió? -. Me cuestioné, negando con la cabeza mientras cubría la mitad de mi rostro con mi mano derecha -. No debí echarlo... -. Suspiré profundo -. Fui cruel y ... estúpida -. Tragué en seco -. Y él un tonto por irse así. No lo estaba echando y solo... se largó como un dramático -. Entre cerré los ojos angustiada -. Espero que esté bien -. Murmuré y volví a suspirar. Me volteé resignada y fue cuando sentí como mi cuerpo chocó contra otro -. L-lo sient... -. Sonreí levemente en cuanto vi de quién se trataba -. Oh ... eres tú, Edward.

Me miró con una ceja enarcada y con seriedad.

- ¿Qué haces aquí? -. Cuestionó

- ¿Qué hago? Pues... estaba buscandote -.Dije con sinceridad.

- ¿Buscandome? -. Cuestionó -. ¿Por qué?

- Pues porque, te fuiste... como si nada y no me dejaste hablar, solo te fuiste.

- ¿No era lo que querías? -. Se encogió de hombros, miró hacia otro lado negando y volvió a mirarme -. ¿Qué esperabas que hiciera?.

- ¿Que yo te eché? -. Mi entre cejo se frunció -. ¿Hablas en serio? Jamás dije que te fueras de mi casa.

- Dijiste que me querías fuera de tu vida -. Tomó una bocanada de aire y prosiguió -. ¿De verdad esperabas que me quede después de eso? -. Su mirada era la de alguien ofendido y dolido a su vez.

Estaba ofendido y dolido.

- Tú malinterpretaste todo

- ¿Qué? ¿Acaso yo malinterprete cuando dijiste "Mañana te quiero fuera de mi vida" ? -. Repitió aquellas palabras que yo había dicho un rato antes -. ¿Acaso con eso querias decirme que me quede contigo? Si, seguro querías decirme eso pero yo como bruto malinterprete las cosas -. Dijo algo molesto, tal vez.

Al escucharlo mi mirada se centró en el suelo. Él tenía toda la razón en estar molesto, ofendido y dolido si es que lo estaba. Me había comportado muy grosera una vez más.

- Oye... lo siento ¿Si? -. Me disculpé, manteniendo la mirada baja -. Fui... grosera y lo admito. No quise echarte ni mucho menos. Es solo que en ese momento estaba... asustada -. Confesé.

- ¿Asustada? -. Cuestionó. Yo asentí con la cabeza.

- Muy asustada -. Musité, al compás que sobaba mi brazo izquierdo con mi mano derecha.

- ¿Asustada de qué? -. Cuestionó.

- Eso no importa ahora, el punto es que... lo siento. Por favor... vuelve, vuelve a la casa.

- No quiero incomodarte más. Además me sentiría tonto volver después de que me he ido.

- Deja de decir eso. Siempre que lo dices haces algo que te contradice y me pone nerviosa -. Suspiré -. Solo vuelve a la casa y comportate ¿Si? -. Dije cabizbajo. No queria mirarlo.

- Lo prometo -. Respondió luego de unos largos segundos.

Levanté la mirada.

- ¿Eso quiere decir que volverás? -. Lo miré intrigada.

- Bueno, solo si tú me lo permites, claro -. Dijo con simpatía, sonriendo de lado, provocando que una de sus mejillas se ahueque con la aparición de un hoyuelo en ella.

- ¿Me estás jodiendo? -. Cuestioné -. Salí de mi casa cálida, exponiendome a enfermarme bajo este maldito frío por ti ¿y todavía me preguntas si puedes venir a mi casa?... ¿eres tonto? -. Cuestioné con diversión. Él enarcó una ceja "ofendido" para luego sonreír.

- No lo se, tal vez cambiaste de opinión en un segundo.

- Voy a cambiar de opinión si sigues siendo tan....

- ¿Joven y guapo? -. Sonrió.

- ¿Qué? -. Solté una leve risa -. ¿Y eso que tiene que ver?

- Si admites que soy joven y guapo volveré. Sino no lo haré.

- Sigue soñando -. Me crucé de brazos, con una ceja enarcada y una sonrida Ladeada.

- Oh vamos, sino te quedará en la conciencia mi muerte tras el frío que me azotaría básicamente si no regreso.

- Esa sería tu decisión. Así que tecnicamente no sería mi culpa.

- Vamos dilo

- Claro que no.

- Vamos, son solo dos palabras. ¿Qué te cuesta mentirme?

Sabía que Edward solo quería intentar quitar esa tensión que había. Esa maldita molestía que nos hacia ver como tontos por como nos habíamos comportando, yo como una grosera y él como un dramático. Y lo agradecía.

- Me cuesta mi sinceridad -. Bromeó. Él ofendido se da la vuelta con los brazos cruzados.

- Entonces, adiós -. Intentaba no reir.

- Oh, ¿enserio haces esto? Te estás comportando como niño chiquito y no lo eres, probablemente desde hace mucho -. Bromeé.

- ¿Qué? -. Se volteó.

- Nada -. Sonreí ampliamente inocente.

- Malvada -. Infló sus mejillas con aire y miró hacia otro lado.

Que adorable lucia.

Sin avisó me puse de puntillas y besé su mejilla. Él abrió en grande sus ojos y sonrió.

- Anda, vamonos, jovencito -. Sujeté su mano y comencé a caminar hacia la casa sonriendo.

Él solo sonreía observando sus manos juntas otra vez. Sintiendo cosquillas en el estomago.

Aún estaba enamorado.

Síndrome De EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora