Segunda Fase: Lucha

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Al verlo sobre él, lágrimas brotaban de sus ojos y desvió levemente la mirada. Pasó su mano por el brazo del mayor al ver leves rasguños y se acercó a besar esas heridas con suavidad.

—Recordé cosas— susurró con temor antes de verlo a los ojos por unos segundos—. Antes... Era el conejito de papá.

Sintió vergüenza al decir aquello y desvió la mirada avergonzada y temerosa de lo que pudiera decir y sólo gesticuló levemente "lo siento" en sus labios.

No comprendía por qué se disculpaba, no había hecho nada malo. Frunció el ceño confuso, realmente no le entendía. Se levantó de la camilla dejando al joven libre.

—No tienes que disculparte. Yo no soy un terapeuta o psicólogo para hacerte olvidar aquello, pero si algo puedo asegurarte es que el tiempo cura las heridas —dijo deslizando la mano hasta su pecho—. Y las personas también son de ayuda, ¿Dónde está él ahora mismo?

Cerró sus puños levemente antes de soltar un leve suspiro mientras trataba se acomodarse en la camilla, tomando la mano de sujeto.

—No lo sé...— susurró levemente antes de acercar la mano del menor a sus labios—. No importa...

Reía levemente mientras empezaba a lamer lentamente entre los dedos del contrario antes de introducir dos de estos a su boca, lamiéndolos lentamente.

Anielka estaba consciente de que esa no era su actitud normal, tenía miedo de continuar pero más miedo de detenerse, su subconsciente solo se dejó llevar, había cosas que nunca se olvidan y más si se aprenden con violencia.

Isaäk soltó un suspiro y miró el rostro del contrario.

—Tenemos trabajo que hacer—advirtió sacando los dedos de su boca y acercándose a su rostro peligrosamente—, haremos unos ejercicios aquí y después viajaremos a un laboratorio que tengo en la montaña. Pero antes debes cambiarte. Se alejó a pasos calmados a su habitación en busca de algunas prendas, cuando regresó, dejó la ropa en la camilla y se dispuso a guardar algunas.

Al escuchar que tendrían que irse, una sensación de pánico recorrió su cuerpo, quedándose inmóvil por bastante tiempo.
Se movía levemente, cómo sí tuviera que pedir algún tipo de permiso para realizar una acción y empezó a vestirse con cuidado.

—Entonces... Va a doler, ¿Verdad?— preguntó sin siquiera verlo a la cara—. Está bien...

Terminó de vestirse y bajó lentamente de la camilla, sosteniéndose de esta, viendo atentamente el suelo.

—Se siente pesado...— Susurró.

Dejó las cosas que había guardado en una maleta en el suelo para acercarse a ayudar a su cliente.

—Dolerá —dijo sin titubeos sosteniendo con firmeza el cuerpo del contrario—, después de todo yo sigo siendo solo un cuerdo médico que juega a ser científico, y tú eres mi cliente—llevó a Anielka hasta la silla en la que lo había atado el día anterior, realizó un par de pruebas en cuanto a su ritmo cardíaco y la composición de su piel, cabello y ojos. Después le obligó a mover sus extremidades para que estas terminaran de desentumirse por la droga aplicada.

Soltaba algunos quejidos ante los forzados movimientos en sus extremidades, quejidos que fueron haciéndose más leves hasta simplemente guardar silencio.

—Ya veo...— susurró casi inaudible mientras empezaba a mover sus extremidades por voluntad propia—. Espero... Que lleguemos pronto a la montaña.

Sonreía levemente a la vez que se reincorporaba por su cuenta, caminando por aquella sala con sigilo, hasta detenerse en el inicio de aquel pasillo.

AnielkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora