Enamoramiento

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Capítulo 4. Enamoramiento.

Leonard no había pasado una semana tan pesada como esa en mucho tiempo, ese inquilino maleducado que le perseguía se había encargado de regalarle dosis de irritación al menos unas diez veces al día. Aquello seguro terminaría por acelerar la activación de sus genes defectuosos. No se sorprendería si en su próximo chequeo salía hipertenso.

Zael lo seguía a todas partes, a toda hora, y fueron varias las veces que casi le ocasionaba paros cardíacos cuando aparecía frente a él. Se la pasaba preguntándole diez mil cosas por cada paciente que veía. Era una verdadera molestia. El domingo se esforzó por llevar calmado el ambiente, estaba en el estudio preparando la prueba del día siguiente para sus estudiantes.

—Uhm, Leo ¿Cuál es tu color favorito? —soltó de repente Zael, ya estaba hastiado del silencio. Se encontraba acostado boca arriba en el puf, la cabeza estaba contra el suelo y desde esa posición encuadraba a Leonard con las manos viéndole a través del rectángulo que había hecho con sus dedos.

—No me digas Leo —replicó incómodo el galeno—. Y color favorito... —murmuró mientras tecleaba—, la verdad es que no tengo uno... supongo que el azul, o el blanco, o el verde —realmente no tenía preferencias—, sólo no me gustan los colores brillantes, golpean mi vista.

—Ah, entonces mi cabello debería gustarte por el color. Turquesa está entre verde y azul —sonrió animado mientras ahora formaba un círculo con las manos, aun encuadrando a Leonard entre estas.

—Así que es turquesa tu cabello fosforescente —dijo viéndolo de reojo mientras asentía con la cabeza, volvió la vista a la pantalla.

—No es fosforescente!, ni que brillara en la oscuridad o algo así, estás mal de la vista —le reclamó rompiendo el círculo y aplastando la imagen de Leonard entre sus manos.

Leonard se ajustó los lentes encogiéndose de hombros.

—Seguro —respondió este quitándole importancia—, es brillante, fosforescente, es lo mismo —de hecho, nunca se había preocupado por aprender las diferencias de los colores, él era muy básico en ese aspecto.

—No es lo mismo —replicó malcriado. Se desvaneció y apareció al lado del doctor viendo lo que escribía. Sonrió y se le acercó a la mejilla— Por cierto, gracias por dejarme acompañarte todos estos días, no te había agradecido —y le dio un beso en dicho lugar.

Leonard se paralizó y el enojo le subió hasta la cabeza haciéndose a un lado, escandalizado.

—¡Te dije que te mantuvieses a un metro de distancia! —chilló— ¡Es tu culpa que mi amabilidad contigo sea casi nula! —se giró para verlo, tenía todo el rostro rojo por el enojo y le dedicaba una mirada iracunda y reprobatorio— No tengo problemas que me agradezcas —levantó el índice—, pero excluye el contacto físico ¿Entendido... cosa?

Sus reclamos sólo hicieron a Zael reír, se recostó al borde del escritorio y se cruzó de brazos viéndole de nuevo con los ojos encendidos.

—Si me sigues diciendo cosa, no te haré mucho caso. Mi nombre es Zael, recuérdalo bien, Leo —encogió los hombros dándose la vuelta para volver al puf— Sólo quería demostrarte mi afecto y agradecimiento, no te enojes tanto, es sólo un simple beso en la mejilla.

—¿Cómo quieres que te llame por tu nombre si me sigues diciendo Leo? –dijo entre dientes, segundos después cerró los ojos y soltó suavemente el aire que había retenido girándose para continuar en la computadora—. No quiero que me andes tocando, es todo —farfulló frunciendo los labios.

El Psiquiatra del DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora