Capítulo 8: Tanto o Más que Tú.

3.1K 189 227
                                    

Notas de la autora: escrita años atrás.

Hola a todos!!! Pude cumplir! No tuvieron que esperar al mes para leer la actualización wiiii XD estoy contenta. A pesar que estoy en medio de parciales, no pude evitar meter mano a la historia y bueno... aquí está al fin.

Esta vez voy a satisfacer a algunos que se quedaron con ganas de más con el último capítulo. Y... para los ansiosos... sepan que cada vez estamos más cerca de la práctica del sado, (guiño guiño).

Sin más los invito a leer.

____________________

Al oír a mi amigo subir al auto que lo llevaría hasta su oficina salí corriendo de la habitación y me dirigí al cuarto rojo apresurado. Aún tenía tiempo de sobra para llegar al edificio del Daily Planet, pero estaba tan desesperado por encontrar a Lois y contarle todo lo que había pasado, que la ansiedad me hacía correr. Una vez llegado al famoso cuarto, busqué con la mirada mi ropa que debía estar tirada en el suelo y la encontré prolijamente doblada sobre una silla. Al instante supe que Alfred se había tomado la molestia de ordenarla por mí y me avergoncé un poco de no haberla dejado acomodada desde un principio. Rápidamente me acerqué hasta el mueble, me cambié y bajé las escaleras a la planta baja para saludar al señor Pennyworth antes de salir volando a mi departamento. Lo primero que hice al llegar allí fue vestirme en un parpadeó con traje de oficina y luego veloz me dirigí al trabajo para ser el primero en encontrarme con mi amiga.

Como siempre, Lois era la primera en aparecerse en el piso y la última en irse, así que cuando llegué al diario, ella ya estaba sentada en su cubículo escribiendo en su computadora con un café en mano. Estaba tan concentrada y sumergida en su tarea, que ni siquiera había notado mi presencia allí cuando subí.

—¡Lois! —la llamé con energía y ella sorprendida alzó la vista.

Me acerqué con una enorme sonrisa mientras ella sin dudar dejó lo que estaba haciendo para encaminarse hacia mí con paso firme y seguro. Una vez que la tuve al alcance la alcé en mis brazos por la cintura y di varias vueltas girando con alegría haciendo ondear la pollera de su vestido. Ella reía a carcajadas mientras golpeaba mis hombros con sus puños y pataleaba con fuerza.

—¡Ya bájame, Clark! ¿Qué van a decir si alguien viene y nos ve así? —exclamó con una sonrisa y automáticamente la dejé en el suelo con suavidad.

—No me importa. Estoy tan feliz, Lois. —La abracé fuertemente y ella correspondió el abrazo con cariño. —Tenías razón. El ir a verlo fue la mejor decisión que pude haber tomado. Agradezco tanto que hayas insistido en salir a tomar ese café, me diste el valor y la confianza para enfrentarlo.

En seguida nos separamos y mi amiga sostuvo con afecto mi rostro deteniendo su mirada en mis labios para luego alzar la vista a mis ojos.

—Sabía que hoy te vería con esa hermosa sonrisa, Clark. Y no me des las gracias, tú tomaste la decisión de ir, yo sólo di un empujoncito. —Besó con ternura mi mejilla e inmediatamente tomó mi mano y me llevó hasta su cubículo.

Lo primero que hizo la reportera fue tomar su silla y sin mediar palabras me sentó en su lugar, luego se acercó a una que estaba en frente y la arrastró hasta ponerla a mi lado. Con paso aligerado fue hasta la máquina expendedora de café, colocó una moneda y presionó el botón de expreso doble. Una vez terminado de preparar el café, tomó el vaso y lo cubrió con la tapa para regresar a mi lado. Con una enorme ansiedad en su rostro se sentó y me tendió el café para luego llevar sus manos a sus rodillas y tomar su vestido con fuerza.

—Ahora quiero que me cuentes todo. Sin obviar detalles, ¡eh! —sentenció con voz firme y mirada inquisidora. Sus ojos centellaban de la emoción.

Por mi cabeza pasó un recuento de todo lo que había vivido la noche anterior con Bruce. Al llegar a lo sucedido en el cuarto rojo, inmediatamente mi rostro se prendió fuego. Recordé la manera seductora con la que Bruce me había hablado, sus ojos penetrantes observando cómo me iba desnudando, y por último, el tenerlo sobre mí, atento con la mirada a mi zona íntima mientras me masturbaba. A pesar de mi deseo por contarle a mi amiga, todo lo que había sucedido en ese cuarto estaba terminantemente prohibido. No podía mencionarle sobre aquello y aun así si pudiera, sería incapaz por la vergüenza. Viendo sus ojos centellantes, supe de antemano que ella no se quedaría conforme con un no.

Cincuenta Sombras de Wayne (Superbat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora