Capítulo 19: Marcas que no se borran.

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Luego de aquel encuentro con Talia, el cuerpo de Bruce flagelado con saña quedó más sensible al tacto de lo usual. Durante los días siguientes, se mostró reacio a la idea de que fuera seguido a visitarlo. Se comportaba como un perro lastimado y desconfiando que enseña sus dientes ante el mínimo acercamiento o intento de afecto. No quería que lo viera vulnerable, cansado o perturbado, intentaba mostrarse en todo momento superado, como si nunca hubiera sucedido nada; aunque yo sabía en el fondo que se esforzaba por ocultar su dolor físico, y principalmente, emocional. Conforme fueron pasando los días, terminó aceptando mi presencia y rindiéndose a mis cuidados. Poco a poco mi compañía se fue volviendo más natural, y empezó a recibirme con un brillo distinto en sus ojos, como si me esperara. Había logrado acercarme a él sin que se sintiera sofocado. Tomaba mis precauciones para hacerlo, prestando especial atención a sus actitudes que me indicaban hasta dónde llegaba su límite. Sabía que aún tenía que ser paciente, esperar a que sanara apropiadamente, en especial esa silenciosa herida que mantenía sobre su pasado.

Bruce necesitaba recuperar la confianza desde un plano más íntimo, desde algo más profundo arraigado en su inconsciente. Yo era simplemente feliz al creer que conmigo podía soltar aquellos miedos. Pese a que el contacto ajeno le dolía de una forma que no podía comprender, me permitía acercarme como con nadie. A veces se tensionaba y se ponía nervioso, su cuerpo en seguida entraba a la defensiva como una reacción casi automática e instintiva, pero al mismo tiempo, buscaba permitirse sentir y dejarse llevar. Por primera vez, aquella noche me había pedido que me quedara con una expresión tan necesitada que me hizo estremecer. Hicimos el amor de una manera única, y nos entregamos al deseo más allá de la lujuria, con esa necesidad de estar juntos, piel con piel, lejos de todo lo obscuro y cruel que nos había rodeado horas antes. Fue tan fuerte esa conexión que hasta había consentido que mi mano se posara sobre su pecho dejándose tocar.

Mi cincuenta sombras... sufría solo con toda esa carga encima, y anhelaba con cada fibra de mi ser poder aliviarle un poco ese dolor. Sólo el pensar lo mucho que le había hecho daño esa maldita mujer me hacía sentir una rabia incontrolable. Lo único que me aliviaba era saber que ese ciclo espantoso se había acabado, nuestras vidas eran libres de ella. Talia ya no encontraría en Bruce lo que deseaba. No volvería a disfrutar su retorcido juego con él.

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Los días pasaron tranquilos sin más cambios, sólo con el recuerdo vivo todavía marcado en su piel. Nos llevaría tiempo olvidar lo sucedido, sabía que no sería fácil, pero cada uno se esforzaba por seguir adelante evitando en todo momento darle relevancia a eso que queríamos enterrar. En mi caso, busqué enfrascarme en mi rutina de trabajo como de costumbre, ocupar mi mente exhaustivamente con quehaceres, sin importar el detalle. Cabe decir que era un total fracaso, no lograba dejar de rumiar los hechos pasados. Maldita tortura. Pese a que temprano en la mañana me dedicaba a ponerme a escribir e investigar sobre algún nuevo artículo a presentar, nada era suficiente. Sólo a veces lograba por horas dejar de preocuparme. Al mismo tiempo, estaba ese pequeñísimo detalle que complicaba mis esfuerzos: aguantar a mi amiga a diario con sus quejas y rabietas. Lois había descubierto la relación que mantenía con Bruce y había estado más que intensa y ansiosa por saber los detalles. No me había dejado en paz ni un día remarcándome a cada rato nuestro café y la charla pendiente. Su naturaleza investigadora y espíritu curioso no le permitían mantener la calma durante la espera. Y es que yo estaba más ocupado en todo lo que nos había sucedido, que ni tiempo me había hecho para estar un momento a solas con ella. Obviamente me vi acorralado por su insistencia y terminamos acordando reunirnos el fin de semana.

Era viernes en la noche y salimos del Diario luego de una pesada jornada laboral. Llegamos hasta un lugar que solíamos frecuentar cuando nos gustaba relajarnos un poco antes de regresar a nuestras casas. La música de fondo de aquel bar de Metrópolis amenizaba el ambiente de una forma agradable. Las luces eran tenues y el murmullo de los asistentes se mantenía constante sin llegar a ser molesto. Había una pequeña pista de baile y mesas dispuestas contra las paredes rodeándola. Por el momento sólo había algunos grupitos reunidos, carcajeándose, mientras disfrutaban de una charla agradable y algunas bebidas. El camarero que nos conocía nos recibió con una sonrisa al llegar y nos tomó el pedido en cuanto nos sentamos en la mesa acostumbrada. Regresó al tiempo con una cerveza bien fría para mi amiga y una gaseosa para mí junto con unos maníes para acompañar. Estaba nervioso por cómo iba a proceder a contarle algo tan complicado como era mi relación con Bruce, ni yo sabía poner en orden todo lo que había pasado desde que estábamos juntos. Lo único que sabía era que, pese a todas las dificultades, a mis temores e inseguridades, a todo ese mundo oscuro que nos envolvía, él me protegía, me buscaba y me quería a su lado.

Cincuenta Sombras de Wayne (Superbat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora