Capitulo 20

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Un mismo latir

Extremadamente cansado y con la respiración agitada, se limpió los vestigios de sangre de la comisura de su labio inferior con el dorso de su mano, viendo como su agresor se volvía a poner de pie delante de él. El muy maldito lo había llevado a un lugar apartado de la ciudad, tras ser "liberado" de su cautiverio en la mansión Kurayami, para matarlo, conforme a las órdenes de su malvado y tramposo jefe.

-¿Aún no te rindes? -inquirió el herido hombre de ojos azules y coleta baja, al límite de sus energías, poniéndose nuevamente en guardia para contraatacar.

-No, hasta haberte exterminado -respondió el corpulento individuo de casi dos metros de altura y una enorme cicatriz atravesando su rostro, en un similar estado de agotamiento que su víctima.

Aún no comprendía cómo es que ese flacuchento malherido había podido hacerle frente, desarmándolo y desafiándolo en un combate cuerpo a cuerpo. Tan sólo era un guijarro comparado con él, y aún así se le estaba dificultando enormemente cumplir con el encargo de su señor y deshacerse de él. Ni siquiera poseía un arma con que defenderse y a penas lograba mantenerse sobre sus piernas, entonces ¿cómo demonios había logrado resistir hasta este punto y lastimarlo a tal grado de derrumbarlo inclusive? ¿Por qué ese miserable se aferraba tanto a la vida y se negaba a rendirse? Fuera cual fuese la razón, Naraku quería quitarlo de su camino y si él mismo no quería ser el próximo en la lista negra de los "sirvientes inútiles e inservibles" tendría que vencerlo y enviarlo al más allá lo antes posible. Además, por tratarse de un amigo del miserable de Inuyasha Taisho, cumpliría con el trabajo más que gustoso.

Con una sonrisa maliciosa, observó la condición deplorable de Miroku y analizó rápidamente la situación. El oji-azul se estaba defendiendo únicamente con sus puños y afortunadamente no se había percatado de una puntiaguda estaca de hierro que yacía tras él, dándose cuenta que tenía todas las ventajas para ganar. Dio un paso intimidante hacia adelante y como si le hubiesen inyectado adrenalina pura en las venas, echó todo su cuerpo al frente, dando un ágil salto en el aire y posándose detrás del malherido hombre, alcanzando su objetivo.

Miroku apenas logró parpadear y girarse parcialmente, cuando de pronto, un agudo y tortuoso dolor atravesó su costado derecho. Con un agónico bramido de sufrimiento se dejó caer rendido sobre sus rodillas, apretando fuertemente los dientes y conteniendo un nuevo grito, cuando su enemigo retiró el fierro de su cuerpo.

Gruesas gotas de sangre salieron de su fresca y nueva herida, mareándolo y restándole fuerzas para seguir luchando. Con su respiración entrecortada, apoyó sus manos en el suelo, sintiendo su vista volverse borrosa.

-"Me... me voy a desmayar" -pensó el joven Hoshi, afligido, sabiendo que si perdía el conocimiento, no volvería a despertar... jamás... ¡No podía terminar así!

-¡Este es tu fin! -declaró el hombre de enorme cicatriz, alistando una nueva y fulminante estocada-. ¡Salúdame a Taisho en el infierno! -agregó mordazmente, teniendo aún muy presente que ese infeliz había sido el causante de la deformidad en su rostro.

Como si algo dentro de él hubiese hecho un 'click', Miroku abrió mucho los ojos, recobrándose de su malestar. Su cerebro empezó a trabajar rápidamente, recordándole que aún no era tiempo de morir, y que había personas que lo necesitaban. Inuyasha estaba con vida en alguna isla de tierras vírgenes y debía encontrarlo antes que Naraku para advertirle de sus malévolos planes. La perla de Shikon y el cumplimiento de aquella maldición estaban en juego...

Por otro lado, las vidas de la hija del agente Taijiya y su hermano continuaban en peligro... ¡Rayos, Sango! ¡Había prometido protegerla y liberarla de las manos de ese desgraciado! No, definitivamente no podía darse por vencido aún.

Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora