Capítulo 3

500 31 4
                                    

Un antiguo diario

Con las manos sudorosas y con sus extremidades temblorosas, se detuvo frente a la gran puerta de caoba fina del despechado de su jefe. Inhaló profundamente antes de atreverse a tocar. Sabía que lo que tenía que decirle, lo molestaría en gran manera, peligrando su cabeza, puesto que él no tenía tolerancia con los errores.

Después de golpear y al no escuchar respuesta alguna del interior, se atrevió a girar la perilla con gran nerviosismo.

— Se-señor Naraku... bue-buenas tardes —tartamudeó el hombre, entrando únicamente con la mitad de su regordete cuerpo.

Pero inmediatamente se calló, al ver a su jefe ocupado con un grupo de personas bien vestidas y destacadas. En completo silencio, prefirió esperar junto a la puerta hasta que él terminara... no podía arriesgarse a interrumpirlo.

Naraku tenía toda su concentración fijada en un documento sobre su escritorio, leyéndolo cuidadosamente. Varios de sus hombres, o más bien dicho, matones, también ocupaban la habitación. Seguridad, por supuesto. Después de unos minutos, él sonrió, firmó el papel y abrió la gaveta de su escritorio, sacando una pequeña funda azul de forro aterciopelado.

— Con esto se cerraría el trato —le indicó al hombre de traje impecable, sentado frente a él, entregándosela.

El caballero la tomó y calculó su peso sobre su mano. Abrió la funda y sobre su palma, derramó su contenido. Un puñado de aproximadamente 30 diamantes negros de 2.00 quilates cada uno, salieron de su interior. Él cogió uno de ellos entre sus dedos y lo examinó, ayudándose con la luz del sol.

— Son genuinos y de gran calidad —concluyó después de su evaluación y le hizo una señal a uno de sus acompañantes. Éste se acercó con un maletín y lo abrió para que Naraku pudiese ver los fajos de billetes— como lo acordamos... 9'000.000 de dólares en efectivo, aunque ¿tal vez hubiera preferido el pago en yens?

— No. Así está bien —afirmó calmadamente.

— Si desea, puede contarlos —sugirió el caballero con una amplia sonrisa, guardando la funda con los raros diamantes en el bolsillo interno de su saco.

— Supongo que puedo confiar en usted —dijo Naraku con cierto aire burlesco. Chasqueó sus dedos y llamó a uno de sus hombres para que se hicieran cargo del dinero. Se puso de pie y le extendió la mano hacia su comprador— un gusto hacer negocios con usted, señor Hiroshi.

— El gusto fue todo mío, señor Kurayami.

Después del apretón de manos, éste se lo agradeció complacido por el producto adquirido y junto a sus acompañantes, salió del despacho de su proveedor, encaminándose a la salida de la gran mansión.

El alto y regordete hombre junto al umbral de la puerta, tragó fuertemente saliva y su corazón comenzó a latir estrepitosamente en su pecho, invadiéndolo nuevamente el miedo. Había llegado su turno de hablar con el jefe. Se acercó cuidadosamente, pero guardando aún cierta distancia de su escritorio e hizo una reverencia en señal de respeto y saludo.

— Ah, eres tu, Tokajin —dijo con simpleza, enfocándolo con sus oscuros y rojizos ojos— ¿qué noticias me tienes? ¿Lo consiguieron?

— Yo... yo —el hombre comenzó a sudar frío y su garganta se secó, sintiéndose intimidado por aquella mirada, sin rasgos de sentimientos— no le te-tengo muy bue-buenas no-noticias —tartamudeó extremadamente nervioso.

— ¡Habla de una vez! —Naraku frunció el ceño y levantó el mentón.

— Fuimos interceptados antes de poder conseguirlo... y... y cuatro de los siete guerreros fueron... fueron asesinados en la misión... —soltó de una vez y sin más titubeos a causa del tono amenazante de su jefe— lo... lo siento mucho, señor... hemos fallado... —musitó muy bajito.

Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora