Capitulo 12

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En el Templo Higurashi

Una sonrisa satisfactoria se delineó en sus labios al escuchar tan grata noticia. Justo lo que había estado aguardando, llegaba a sus oídos sin el más mínimo esfuerzo. Hizo bien en incrustarle un micrófono a Sango, quien le estaba sirviendo como informante infiltrada, claro, sin que ella se diera cuenta de ello. Pobre tonta... Aunque debía reconocer que la hija de Taijiya tenía agallas, aparte de ser una guerrera muy resistente. Cualquier mujer en su lugar ya se hubiera desmoronado y seguramente muerto. Nunca imaginó que llegara a tanto y se enfrentara contra Inuyasha con tal ímpetu con tal de cumplir con su encargo de matarlo. Debía querer mucho a su hermano para esforzarse tanto. Lástima que no lo volvería a ver... al menos dudaba que ese mocoso sobreviviera hasta que el plazo culminara.

Habían pasado dos días ya desde que se había deshecho de ese agente intruso, sacando ventaja de las habilidades ninja de Sango para acercarse a Inuyasha y enterarse de cada detalle. ¿Así que la perla de Shikon se originaba del templo Higurashi? Que interesante... Con un poco más de paciencia, quizás hasta descubriría su ubicación.

Por otro lado, ¿quién se hubiera imaginado que ese estúpido de Inuyasha estuviera enamorado de alguien más que no fuera Kikyo? ¡Qué sorpresa! Al parecer los encantos de la 'perra' no fueron los suficientes para atraparlo del todo como ella había presumido, y el haberla dejado atrás en su último viaje, era fiel prueba de que ella ya no le interesaba.

Mientras los presentes escuchaban atentamente la conversación que sostenían sus enemigos, la puerta del "cuarto de control" se abrió, dando paso a una pareja no muy alegre. La mujer forcejeó un poco para soltarse del posesivo agarre en su brazo, dándoles la espalda a todos para salir nuevamente.

— Padre, ya tenemos el diario —informó Onigumo con naturalidad, extendiéndole el viejo libro, el cual fue aceptado por su progenitor con una enorme sonrisa de satisfacción—. También capturamos al viejo y al monje. ¿Qué hacemos con ellos?

— ¡Enciérrenlos hasta nuevo aviso! Luego me encargaré de ellos —indicó Naraku con frivolidad—. ¿Y Royakan?

— Muerto... —comunicó con una media sonrisa por haber vengado al fin, la muerte de sus amigos, cuatro de los siete guerreros.

— ¡Perfecto!

Al fin se había librado de ese estorboso insecto, que no hacía más que fastidiarles la existencia. Ahora que Royakan ya no interferiría en sus planes, ya no tendría de qué preocuparse. Él había sido un enemigo demasiado fuerte, sin contar que, con los últimos acontecimientos, también un testigo potencial para ponerlo en evidencia ante la justicia, aunque esto último, no le preocupaba realmente. Ya se había deshecho de varios agentes la última vez que intentaron algo contra él. ¡Ja! ¡Ilusos!

Tratando de no perder de vista a su amigo, pisó el acelerador para seguirlo de cerca. La pluma del velocímetro marcó los 110 km/h en el tablero y eso que su distancia aún estaba considerablemente retirada de la moto que iba delante de él. A medida que se adentraba en la gran ciudad, la velocidad fue decayendo, pues el tránsito vehicular obstaculizaba una circulación fluida, eso sin mencionar los semáforos que se presentaban en cada cruce. Claro que eso no fue mayor problema para el joven Taisho, quien finalmente se perdió de su visibilidad delante de un camión, pasándose un alto y casi provocando un choque.

— Debes tener muchos deseos de verla, ¿no es así? —murmuró Miroku ante las imprudencias de su amigo, imaginándose la ansiedad que debía sentir—, está bien... te veré en el templo entonces. —Aprovechando la distracción del hombre de coleta, Sango lo miró de soslayo y se desabrochó cuidadosamente el cinturón de seguridad para poder escapar, ahora que el vehículo estaba detenido—. Si fuera tu, yo no haría eso —indicó él, poniendo en marcha el descapotable al cambiarse la luz del semáforo a verde.

Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora