Capitulo 22

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El despertar de la perla

La cálida brisa del atardecer acarició delicadamente su rostro, meciendo suavemente sus largos cabellos negros. Manteniendo sus párpados cerrados, inspiró profundamente, llegando a su olfato aquel delicioso perfume que lograba enloquecer cada uno de sus sentidos. Se dejó embriagar por el fragante aroma, reconociendo inconfundiblemente a la dueña de tan dulce esencia. ¡Dios, como la amaba!

Sintió el dúctil tacto de una delicada mano sobre su mejilla, y no pudo evitar sonreír al invadirlo un agradable cosquilleo en la boca del estómago, que se esparció por todo su cuerpo. Sabiendo que sólo ella era capaz de lograr tal reacción en él, se permitió abrir sus ojos para mirarla, revelando la intensidad de sus dorados orbes. No obstante, todo rastro de felicidad y dicha en su rostro se borró al momento de divisarla, invadiéndolo de pronto el temor.

—¿Kagome? —preguntó con mucha preocupación al ver como gruesas lágrimas descendían por sus blancas mejillas. Con el corazón palpitante de la angustia en su pecho, estiró temblorosamente una mano para tocarla y secar las gotas salinas que no dejaban de brotar de sus hermosos ojos chocolates, sin embargo, para su turbación, ella comenzó a desvanecerse delante de él, volviéndose su imagen transparente—. Qué... ¡¿qué está pasando? —inquirió extremadamente asustado.

—Inuyasha... —susurró la muchacha en un hilo de voz antes de desaparecer completamente.

—¡Kagome! —exclamó el oji-dorado con desesperación, en un fallido intento por atraparla. Desconcertado y aterrado por lo que acababa de acontecer, se miró ambas manos con impotencia al no haber sido capaz de evitar tan repentino suceso. Una sensación de vacío se instaló en su pecho y se sintió perdido—. ¿Por qué? —musitó muy bajito, sin percatarse de las lágrimas que habían comenzado a humedecer sus propias mejillas en medio de su aflicción.

El viento frío comenzó a soplar y la oscuridad absoluta cubrió súbitamente el lugar, escuchándose repentinamente una siniestra risa en el fondo, como un aterrador eco que lograba estremecer a cualquier ser viviente.

—¿Perdiste algo, Inuyasha? —preguntó la ominosa voz de timbre masculino.

El joven Taisho alzó lentamente la mirada, creyendo reconocer aquella voz. Su corazón se aceleró desmesuradamente y sus extremidades se volvieron temblorosas y torpes, impidiéndole reaccionar de inmediato al vislumbrar tan odiada figura, -transformada-, a pocos metros de él.

—No... no puede ser... —masculló incrédulo, creyendo ver un pequeño destello en el centro del pecho de ese maldito. ¡Él tenía la perla de Shikon y también a...!

Su respiración se cortó y por primera vez en su vida experimentó lo que era el verdadero miedo, pero no porque le temiera a ese desgraciado que ahora tenía la apariencia de un demonio, sino porque su amada estaba cautiva en sus asquerosas manos, amenazada por una filosa daga en su níveo cuello.

El tiempo pareció detenerse de manera drástica y la sangre se congeló en sus venas de manera arrolladora y dolorosa, amenazando, inclusive, de detenerse los latidos de su corazón. Sus muy abiertos y asustados ojos dorados viajaron automáticamente en dirección a Kagome, sólo para encontrarse con un par de orbes de color chocolate, empañados por gruesas lágrimas. El simple hecho de verla llorar con tal aprehensión sin poder hacer nada para remediarlo, fue como si le clavaran un puñal en el pecho. ¡Era más de lo que podía soportar!

—Miserable... más vale que la sueltes... —gruñó Inuyasha contenidamente con voz ronca y peligrosa, apretando fuertemente los puños a sus costados.

—O sino ¿qué? ¿Piensas eliminarme? —lo enfrentó Naraku, sonriendo socarronamente—. Yo creo que en estos momentos tengo toda la ventaja sobre ti, y puedo hacer lo que se me venga en gana —recalcó ladinamente, moviendo varias extremidades que salían de su cuerpo y parecían ser tentáculos—. Ahora que tengo la perla en mi poder, ¡ni siquiera tú podrás detenerme!

Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora