Capítulo 31

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Juntos hasta la muerte

Todas las personas tienen sueños que, en algún momento de sus vidas, desearían realizar. Algunas veces, estos sueños y anhelos pueden llegar a parecer tan lejanos y tan infinitos como las mismas estrellas del vasto firmamento y, no obstante, éstos mismos son los que nos impulsan a seguir adelante con tal de siquiera rozar uno de ellos. La edad, no debería ser un limitante para permitirnos extender nuestras alas y volar hacia ellos; sin embargo, no siempre el destino nos permite alcanzarlos...

Con emoción, el anciano hombre de platinados cabellos largos salió de la agencia de viajes y observó los pasajes de avión que sostenía en sus arrugadas manos. Sonrió al evocar el rostro de su amada esposa. No podía esperar por ver su cara de felicidad en cuanto pusiera el regalo sorpresa sobre su regazo. El brillo que adquirirán sus chocolates ojos, le devolverían esa dosis de juventud y amor que tanto lo llenaba, otorgándole esa placidez que sólo ella lograba.

Sesenta años había compartido junto a esa maravillosa mujer y, hoy, celebraría la conmemoración de la especial fecha en que ambos habían decidido unir sus vidas en matrimonio, junto a toda su familia. ¿Qué más podía pedir? No cualquiera compartía sus Bodas de Diamante en compañía de sus hijos y nietos, además de ir de vacaciones al paraíso con su viejita hermosa.

Era curioso que, aunque los años les hubieran venido encima, ambos continuaran conservando aquel aire atractivo, pese a las arrugas que ahora marcaban sus rostros. O como les decían sus familiares, ambos se habían añejado bien.

—¿Ya los tienes, InuYasha? —preguntó el otro anciano de canos cabellos a su lado. En sus ojos azules, tan profundos como el océano, fulguraba esa chispa de complicidad—. ¿Para cuándo hiciste la reservación?

—Nos iremos mañana antes del mediodía —declaró el oji-dorado con una sonrisa.

—Ay, amigo mío, cómo desearía poder devolverte la juventud por unos días, para que puedas hacer feliz a Kagome durante las venideras noches —anunció el vejo de coleta baja en un tono perverso y divertido.

—¡Miroku! —gruñó InuYasha en respuesta.

¡Esto era increíble! Después de todos estos años, este viejo loco seguía haciendo comentarios estúpidos y vergonzosos. De no ser por las marcadas arrugas en su rostro y demás signos de la edad, diría que no había cambiado en absoluto. Con tantas décadas encima, ya debería haber madurado, pero en ocasiones parecía estar equivocado. Bueno, de hecho, el viejo Miroku sólo salía a relucir ocasionalmente cuando estaba de buen humor, lo cual ya no era tan frecuente desde el lamentable fallecimiento de Sango hace ya dos años. Su amigo no había vuelto a ser el mismo a partir de entonces y no lo culpaba. Él mismo no tendría el valor de continuar sin Kagome.

—Tranquilo, sólo bromeaba —se excusó Miroku, entretenido. De vez en cuando, era saludable revivir buenos momentos y qué mejor manera que molestando al buen InuYasha—. Vamos, que ya deben estar esperándonos en tu casa.

El oji-dorado asintió, pero cuando quiso dar un paso al frente, sintió un extraño y amortiguador hormigueo en su brazo izquierdo, además de la falta de aire en sus pulmones. ¿Un calambre? Vaya que la vejez empezaba a afectarlo seriamente, al menos eso fue lo que pensó él. Con fuerza, se sujetó su extremidad y esperó a calmarse, respirando hondo varias veces. Miroku lo observó con preocupación, notando cierta palidez en su rostro y, cuando InuYasha creyó que la molestia ya había pasado, un agudo y opresor dolor se instaló abruptamente en su pecho, derrumbándolo casi al instante.

—¡InuYasha!

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Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora