Capitulo 8

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Rechazo

La muchacha de cabellos castaños alzó la vista alterada. ¡Por supuesto que no haría tal cosa! ¿Matar a un hombre? ¡No quería hacerlo! No tenía ningún motivo para asesinar a una persona inocente que obviamente era una víctima más de las fechorías de Naraku. Pero... ¿y su hermano? Después de su padre, él era la única persona que le quedaba en el mundo... ahora él era su única familia y no quería perderlo. ¿Qué haría? Cualquiera diría que la vida de un ser querido valía mucho más que la de un desconocido... pero... aún así... ¡todos tenían derecho a vivir!

Con actitud sumisa, la muchacha asintió con su cabeza, aceptando las condiciones del malvado hombre. Apretó los puños a sus costados con impotencia, sintiendo como si le entregara su alma al mismo diablo. Naraku sonrió satisfecho y aflojó su agarre sobre Kohaku, dejándolo de amenazar con la daga. Lo empujó bruscamente, tirándolo al piso para que quedara bajo la custodia de uno de sus subordinados. Al menos el adolescente ya no corría el riesgo de ser degollado, lo cual ya era un avance y... una oportunidad.

Manteniendo la cabeza baja, Sango roló sus humedecidos ojos hacia el cuerpo de su padre y lo miró como si le pidiera algún consejo para tan difícil situación. Tragando fuertemente saliva, se arrodilló cuidadosamente junto a él, sosteniéndose adolorida las costillas de su costado izquierdo con su mano derecha. Naraku únicamente se limitó a observarla, permitiéndole a la muchacha despedirse del miserable difunto.

— "¿Qué debo hacer?" —se preguntó Sango a sí misma con enorme aflicción, sintiendo una fuerte punzada en su pecho al ver las horribles cortaduras en el cuerpo inerte de su padre, que provocaron su muerte— "¿tu qué harías, papá?" —un gemido se escapó de su garganta, momento en el cual nuevas lágrimas se formaban en sus ojos.

— ¡Ya es suficiente! —declaró el jefe de la mafia notablemente irritado. Como odiaba las demostraciones de afecto y mucho más los estúpidos sollozos.

Con un respingo, Sango levantó rápidamente la vista y miró de soslayo a su enemigo con el ceño fruncido. Si pensaba que la manipularía como a un títere, ¡estaba muy equivocado! ¡Su progenitor no la había educado para rendirse! Aprovechó para contar mental y disimuladamente la cantidad de hombres dentro de la habitación, maquilando una posible oportunidad de escape junto con su hermano. Regresó su atención al cuerpo de su padre y lo examinó como si buscara algo específico. En su recorrido, detectó una cápsula de gas paralizante incrustada en su cinturón. ¡Eureka! Esa sería su próxima jugada, aunque fuera arriesgada.

Sin denotar ninguna clase de nerviosismo, tomó la esfera con el contenido químico y la encerró rápidamente en su puño, poniéndose de pie. Balbuceó una casi inaudible plegaria, intercambió rápidamente su mirada con Kohaku para darle una señal –la cual él entendió perfectamente al seguirle cada movimiento- y actuó de manera compulsiva, esperando salir con vida.

— ¡Púdrete, Naraku! —vociferó, cubriéndose el rostro con su mano al igual que su hermano, al momento que arrojaba la pequeña esfera al suelo y un humo verduzco se esparcía por toda la habitación.

Aprovechando la confusión y asfixia de todos, Sango golpeó a tres de los hombres que se lanzaron contra ella, noqueando también al vigía de Kohaku. Agarró fuertemente el brazo del adolescente y se abalanzó hacia la ventana, abriéndose paso a través del vidrio con su frágil y lastimado cuerpo, cayendo entre los matorrales. En medio de la oscuridad de la noche, escuchó los gritos de los matones y del mismo Naraku, sumándosele peligrosos disparos. Se levantó rápidamente, ignorando el dolor de sus heridas, y corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron en dirección contraria, llevándose consigo a su querido hermano menor. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, ambos fueron capturados a escasos metros de la salida principal, siendo golpeados brutalmente hasta dejarlos semi-inconscientes.

Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora