Capitulo 14

392 25 2
                                    

Anhelante reencuentro

Pasaban ya de las ocho de la mañana y el sol resplandecía en el parcialmente nublado cielo azul. No había dormido en toda la noche y aunque se sintiera fatigado, no podía permitirse descansar. La situación se había vuelto demasiado extraña, demasiado confusa y definitivamente, demasiado peligrosa.

No tenía la menor duda de que el accidente de Inuyasha había sido provocado por el enemigo. Claro que aún no tenía pruebas contundentes de sus conjeturas, pero no encontraba otra explicación. Su amigo era un excelente piloto en todos los sentidos y a menos que hubiera existido alguna falla en el mecanismo del avión que maniobraba, no había forma que él se condujera por sus propios medios a una muerte segura, como lo era una tormenta. ¿Acaso la torre de control no le había prevenido de los cambios climáticos a tiempo?

Inuyasha podía ser un cabeza dura, y más cuando se obsesionaba en conseguir algo el mismo día, en este caso, la señorita Kagome, pero no era un suicida como para no acatarse a las advertencias que le pudieron haber sido impartidas.

En estos momentos, realmente deseaba emprender personalmente una búsqueda exhaustiva para dar con Inuyasha o por lo menos, con los restos de la avioneta, aunque estaba consciente que había un equipo de rescate especializado que estaba tomando las riendas en el asunto y que lo mantendrían informado de cualquier novedad. De hecho, lo que tenía sus nervios de punta, era el pronóstico de los rescatistas, el cual prácticamente aseguraba que las posibilidades de vida de su amigo, eran nulas.

¡Inuyasha no podía estar muerto! Simplemente se negaba a creerlo... ¿Sería posible que su destino cambiara de manera tan drástica? No lo comprendía... todo debía ser un error... ¿Y qué había con la señorita Kagome? Tal vez lo habían malinterpretado todo y su reencuentro debía ser... en el más allá, pero... ¡No, imposible! Aunque tampoco había una clara seguridad de que esa chica estuviera con vida...

Con un cansino suspiro, Miroku dejó caer su espalda sobre el acolchado respaldo del sofá y fijó su azulina mirada en el techo. ¿Qué iba a hacer ahora? Dentro de sus preocupaciones no sólo estaba la desaparición y "supuesta muerte" de su amigo, sino también la condición de Sango. Hubiera preferido llevarla a un hospital, pues una herida en la cabeza no se debía subestimar, pero sacarla del templo también era muy riesgoso después de lo que había ocurrido... Ahora que lo meditaba, la vida de su pequeño hermano, que permanecía como rehén en las manos de Naraku, también estaba en peligro...

― ¿Un poco de café? —ofreció la mujer de cabellos cortos y ondulados amablemente, sacándolo de sus cavilaciones.

— Muchas gracias —el oji-azul aceptó agradecido la taza humeante en sus manos y antes de tomar un sorbo, se permitió olfatear el concentrado aroma que despedía aquel pardusco líquido.

La caliente bebida descendió vertiginosamente por su garganta, relajando sus sentidos, y dándole una agradable sensación de bienestar. Esa taza de café le había llegado en el momento justo, ayudándole de manera indirecta a pensar mejor y a relajarse un poco, pese a ser un estimulante.

— Ella se pondrá bien —animó la señora Higurashi, refiriéndose a Sango. Se sentó junto a él y bebió un poco de su propia taza—, el doctor dijo que lo estaría —añadió de manera alentadora.

Miroku la observó sorprendido, pues la mujer demostraba una tranquilidad que no creyó posible. Se lo estaba tomando muy bien, y aunque sus ojos reflejaban un dejo de preocupación, su rostro indicaba todo lo contrario. Después de la inesperada visita de ellos, el singular interrogatorio, el percance de Sango y la cantidad de hombres vigías que ahora rodeaban el templo, cualquier ama de casa en su lugar estaría echa un manojo de nervios, pero ella... no parecía asustada en absoluto o al menos no lo denotaba.

Marcados por el DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora