Capítulo 9: ¿Lujuria o amor?

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Esos extraños sueños confundían aún más a Jack. La escena con el barquero, el perro de tres cabezas y la moneda de plata le parecía familiar pero no la ubicaba; y si a eso le sumaba que el barquero había sido Mark y que el lobo, tal como lo había sentido en el primer sueño, no era un simple animal, sino un ser humano, la situación se le complicaba enormemente. No podía hablarlo con nadie, ni con su madre y menos aún con los curas de la parroquia. No podía hablarlo con sus amigos de la pastoral no sólo porque tenía la sensación de que no era un tema para nada cristiano, sino y además por las extrañas conductas de los más cercanos, o sea, Martin y Bob. Y esa situación lo asfixiaba.

Oraba y no sentía que tuviera respuesta, salvado el caso de la estampita, cuyo significado todavía ignoraba. Pensó que necesitaba de alguien sabio, sereno, comprensivo; alguien que hubiera tenido una vida llena de experiencias y que, además, fuera una persona reflexiva de forma tal que de esas mismas experiencias, hubiera sido capaz de sacar provechosas enseñanzas. Recordó que algún tiempo atrás, hubo un sacerdote en la parroquia que ya se había retirado por su edad y que ahora vivía en un hogar para sacerdotes jubilados que no quedaba muy lejos de su casa. Sin embargo, pensó que lo más probable fuera que, por el hecho mismo de ser sacerdote, no tendría las experiencias que consideraba fundamentales para aclarar su corazón, además de que también era más que probable que sus respuestas fueran sesgadas, siempre tendiendo a la ortodoxia de su Santa Madre Iglesia y esa ortodoxia, ya la conocía.

No pudo evitar sentirse un poco mal, pues por primera vez consideró que la Iglesia no tendría las respuestas verdaderas, pero se consoló en cierta medida cuando consideró que de todas formas, la Iglesia había cambiado de posición, sobre algunos puntos, varias veces a lo largo de su historia. Al fin y al cabo, estaba compuesta por hombres y todos los escándalos de pedofilia que la habían afectado en los últimos tiempos, no podían significar otra cosa que un doble discurso: uno proveniente de Dios y otro elaborado a conveniencia de los hombres que la dirigen.


Jack se estaba alistando para volver al colegio cuando sonó su móvil.

—Jack, hermano —Era Martin—, ¿vas a ir esta tarde a la casa de Mrs. Walsh?

Martin hablaba con toda naturalidad, como si nada hubiera pasado el día anterior.

—¿Hoy? —preguntó Jack dudando.

—Sí. Mi madre ha hecho galletas con chispas de chocolate y le pedí que hiciera de más para llevarle a la anciana.

—¿Y no puedes ir con Bob? Yo tengo algunas cosas que hacer, Martin —dijo Jack intentando evitar encontrarse con Martin en un terreno poco seguro.

—Eh... parece que no. No sé por qué, pero Bob parece estar enojado conmigo. Lo llamé pero me contestó muy frío y tajante. Aunque quizás esté molesto contigo, pues al principio pareció gustarle la idea, pero cuando dije que te iba a invitar a ti también, cambió... no sé. Bob está muy raro de un tiempo a esta parte.

—Pues llámalo de vuelta y dile que yo no puedo ir.

—Está bien. Lo haré. Y... Jack... perdona si ayer me porté como un estúpido. He pensado mucho en ello y realmente no sé de qué se trata... yo no soy así... tú me conoces.

—Lo sé, Martin; no te preocupes por eso.

—Muy bien, entonces... cuídate mucho, por favor.

—Sí, sí; me cuidaré, despreocúpate.

—Y no te vayas a enojar... pero... trata de evitar a ese tal Mark... no sé... me da...

—Martin, no vamos a volver a lo mismo de ayer, ¿o sí?

—¿Eh? No, no... tienes razón, disculpa.

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora