Capítulo 25: ¿Quién dijo que las cosas no podrían empeorar?

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Con todo, Mark dudaba. La situación era terrible y lo único que pensaba como posible era no hacerla peor.

—...creo que... —continuó.

—... cree que... —le siguió el tono el oficial más en forma de parodia que reclamando la información.

—... que... Jack fue allí a...

—... a...

—...a... a... predicarles. Eso; a predicarles. Porque Jack pertenece a la pastoral juvenil de Santa Teresa, ya le dije, y por visitar a Mrs. Walsh se encontró con esos muchachos descarriados y necesitados de guía espiritual y de alguien que los devuelva al camino del Señor y...

—¡¡¡No me tome el pelo, señor Thompson!!!

John, que había respirado con alivio al escuchar lo que Mark dijo, se volvió a asustar al oír el grito del policía.

—No le estoy tomando el pelo, oficial. Cuando entrevisten a Mrs. Walsh ella podrá confirmárselos sin ninguna duda.

Ante eso el policía dudó. Si lo que Mark decía era cierto, la anciana podría confirmarlo, pero de todas maneras no estaba para nada convencido y dudaba de que la confirmación de la abuela cambiara en algo ese sexto sentido que dicen tener los policías cuando «olfatean» que algo no anda bien. Además, había que esperar a que llegara el abogado de oficio para escuchar lo que el mismo Jack tendría para decir y si eso de predicar era lo que hacía metido en ese antro de perdición, sería lo primero que con toda naturalidad explicaría. El oficial suspiró profundo y con eso los muchachos entendieron que ese punto lo dejaba en suspenso hasta nuevo aviso.

—Vea, señor Thompson... ¿no cree usted que es extraño que un «pan de Dios», como acaba de llamar al señor Samuels, esté con esos delincuentes a las once y pico de la noche? ¿Qué es eso? ¿Una predicación nocturna? ¿Fue a hacer una vigilia de oración? ¿Pensaba quedarse para cantar con ellos el Angelus al amanecer?

—Eh... no sé... supongo que esa debe ser la mejor hora para encontrarlos a todos juntos y así ahorrar saliva... para predicar una sola vez, digo... y no repetir lo mismo a cada uno por separado... ¡Qué sé yo! A mí me importa un comino la religión y usted me pregunta como si yo fuera profesor de catecismo... ¡Joder! No tengo ni puñetera idea de que coños es un «ányelus» o como se llame esa cosa. Yo sólo sé que Jack no anda ni puede andar en malos pasos... ¡Vaya y mírelo! Si le dije que era un «pan de Dios» fue porque es lo único que se me ocurre para describirlo. Se mata visitando enfermos y desvalidos, les lleva comida y medicinas, les acompaña, les lee, cantan con sus guitarras... En el colegio es un alumno ejemplar... ¿Cómo, por todos los demonios, puede usted siquiera pensar que tiene algo que ver con un homicidio? Jack... Jack... no mataría ni una mosca... y...

—Mark... —lo interrumpió John tomándolo de un brazo—. El oficial sólo está interesado en hechos, no en tu opinión.

—Muy bien dicho —aprobó el policía—. Ya veo que su amistad con el imputado, señor Thompson, es más grande de lo que en principio imaginé. Ya he conocido casos de «hermanos mayores» así —dijo con un tono sarcástico.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Mark contrariado.

—Nada, nada... En resumidas cuentas, no hay hechos concretos que nos pueda aportar... ¿o sí?

—Pues todo eso que le dije son hechos concretos... Él es así; y si no lo cree, vaya usted mismo y compruébelo. Vaya e interrogue a todos cuantos lo conocen... y verá.

—Lo único que veo, señor Thompson, es que su «pan de Dios» estuvo en una escena de un crimen; y es mi deber investigar si eso fue antes o durante el homicidio, y si fue durante, si participó o sólo lo presenció. ¿Tan difícil es eso de entender?

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora