Capítulo 20: La confrontación

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—Un momento, por favor —dijo Mark y llamó hacia adentro—: ¡Jack! ¿Puedes venir?

—Voy. ¿Qué es, Mark?

Cuando Jack llegó a la puerta quedó congelado.

—Hola, Jack —dijo el padre Santiago.

—¡Padre! ¡Qué sorpresa! ¿Qué lo trajo por aquí? —preguntó Jack sin saber qué hacer ni qué decir.

—Eh... ¿puedo pasar? —preguntó el cura.

—Sí, sí... por supuesto; entre.

Los tres fueron para la sala, mientras que Ralph había ido al baño y John permanecía en la cocina. Jack, por más que intentaba comportarse con la mayor normalidad del mundo, no podía evitar el nerviosismo. La presencia del sacerdote, aunada a la experiencia vivida por Willy y a ese aspecto de chismes malintencionados que había descubierto tanto en la pastoral juvenil como en la parroquia, no eran circunstancias tranquilizantes; y para peor, mucho peor, todo eso se complicaba con lo aportado por su propia conciencia, que en ese momento comenzó a acusarlo sin piedad: se había acostado con Wolf y ahora, frente al cura, estaba el chico que pretendía ser su novio... un paisaje tan desalentador como peligrosamente explosivo.

—Siéntese, padre —dijo Jack—. Acabo de hacer café, ¿le apetece una taza?

—No, gracias Jack.

—Como guste. Usted dirá —agregó y en ese momento John vino de la cocina y entró en la sala.

—Verás, eh... para empezar... ¿quiénes son estos chicos?

—Compañeros del colegio —contestó Jack.

—Y sus amigos —agregó Mark poniendo un tono de molestia y dejando en evidencia cierta agresividad.

—Entiendo —dijo el sacerdote.

Con sólo esas pocas palabras del inicio de la conversación, la atmósfera se había puesto tan tensa que hasta John, que recién había entrado, sintió el choque. Miró a Mark y le vio la expresión de su rostro y su actitud de estar dispuesto a saltar en cualquier momento como un leopardo al acecho; miró a Jack y lo vio con un lenguaje corporal que gritaba que se sentía acorralado: sentado al borde del sillón se frotaba las manos nerviosamente e incluso creyó ver que su frente comenzaba a poblarse de minúsculas gotitas de sudor, de ese sudor frío que es propio de la congoja, del miedo y de la desesperación. Tanto era así, que Jack no se dio cuenta de que no los presentó.

—Es que pasaba por aquí y vi los dos coches estacionados —dijo el cura—; y me llamó la atención, pues esperaba que estuvieras en el colegio; además tengo entendido que Mary está trabajando fuera.

—Pues ya ve que no tiene nada de qué preocuparse, señor —dijo Mark evitando con toda conciencia utilizar el término «padre»—; como ve, ni estamos robando nada ni haciendo nada malo.

—¿Dónde se metieron? —Se oyó la voz de Ralph quien al llegar a la cocina no vio a nadie.

—Estamos en la sala —le contestó Mark.

—¡Oh! Parece que hoy estás muy visitado, Jack —dijo Ralph riendo y esperó que Jack lo presentara; cosa que no sucedió.

—Y ustedes son... —dijo el cura dando el pie para que se presentaran habida cuenta de que Jack no lo había hecho.

Cuando Ralph lo iba a hacer, Mark se le adelantó:

—Amigos y compañeros del colegio de Jack. ¿Necesita más información?

El cura se molestó ante la actitud arrogante de Mark y respondió con sequedad:

—¡Vaya! La gente educada no responde así.

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora