Capítulo 12: El dilema de Martin

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El chico quedó clavado al suelo. Sus piernas, aunque temblaban, no parecían obedecerle para seguir su camino mientras veía a Jack y a Wolf irse e internarse en la bodega abandonada. Temía, sí, pero su temor se debatía entre impulsarle a partir e intentar ayudar a Jack. En el primer caso, temía por sí mismo; pero en el segundo, temía por su amigo. Dos temores. Dos miedos. Una misma naturaleza pero dos objetos.

¿Cómo no temer por sí mismo si ya había visto que en el caso de enfrentarse a Wolf saldría perdiendo sin lugar a dudas? Wolf, un hombre con gran físico y firme personalidad. Él, un adolescente mucho más débil físicamente y para peor, ahora lleno de dudas.

¿Cómo no temer por Jack si para ayudarlo debería enfrentar a Wolf y por lo tanto, los argumentos eran los mismos?

¿Qué hacer? Irse y dejar a Jack en manos de ese tipo era una idea que no le gustaba para nada, a pesar de que el mismo Jack le había dicho que se fuera porque todo estaría bien. Enfrentar a Wolf para sacar a Jack de sus garras era una idea que tampoco le gustaba porque sabía que perdería y por lo tanto, no sólo no rescataría a Jack, sino que él mismo podría salir muy mal de ese encontronazo.

Ninguna de las dos opciones era satisfactoria; sin embargo, sabía que algo tenía que hacer. No podía quedarse de brazos cruzados viendo como Wolf se llevaba a Jack, o como Jack se iba voluntariamente con Wolf... en ese momento, cualquiera de las dos cosas le daba igual. No se quedaría de brazos cruzados y ese pensamiento, de gran peso moral, le infundió aún más miedo. Sin embargo, algo vino en su auxilio: recordó la historia de David y Goliat. Pensó que con la ayuda de Dios, podría vencer a Wolf. Si de fuerzas se trataba, Wolf no podría competir con Dios; pero así como David había tomado su resortera, él debía también contar con algo; pues Dios no mató a Goliat con un rayo, sino que había guiado la piedra lanzada por David. Martin miró al suelo y no encontró nada que le pudiera ser útil y que Dios pudiera utilizar, a su vez, para ayudarle. Por consiguiente, hizo lo único que estuvo a su alcance en ese momento: seguir a Wolf y a Jack intentando que no se percataran de que los seguía. De camino, algo encontraría que le sirviera a Dios para hacer Su obra.

Sigilosamente los comenzó a seguir. Wolf continuaba llevando a Jack firmemente de la mano, que no había soltado ni un momento. Los vio internarse en la bodega y llegar al sitio donde habían estado la vez anterior, aunque Martin, ese punto específico, no lo sabía. Para él, era un lugar solitario, pero de esos donde Wolf podría hacer cualquier cosa horrible y ni siquiera los gritos desesperados de Jack podrían ser oídos por nadie. El miedo lo consumía y la lucha contra ese mismo miedo lo estaba desgastando.

El sol ya se estaba por ocultar y la luz, algo fuerte todavía, entraba por los ventanales rotos. Wolf sentó a Jack en el suelo junto a una de las gruesas columnas y bajo uno de esos rayos cuadrados del sol poniente, soltó su mano y se sentó frente a él, pero recostado a otra columna, fuera de la luz. Aunque Martin no podía verlo bien, podía distinguir su silueta en la incipiente penumbra.

Desde la distancia en que estaba, vio que Jack había hablado pero no pudo oír lo que el chico dijo; así que buscó como acercarse sin ser visto y también poder oír lo que hablaran. Simultáneamente, seguía buscando algo con qué hacer frente a Wolf si fuera del caso, pero seguía sin encontrar nada a mano. A lo lejos vio una barra de hierro que pudiera serle útil, pero no podía alcanzarla sin ponerse en evidencia. Por ahora, además de confiar en Dios, debía confiar en su astucia.

—...es un buen chico, Wolf; no debes pensar mal de Martin —pudo comenzar a oír Martin la voz de Jack.

—Yo no pienso mal, Caperucita. Sólo pienso en él según lo que le oí la vez anterior. Si su mente está llena de lo mismo de lo que está llena su lengua, es un ser peligroso, mucho más que los animales de aquí.

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora