Capítulo 14: Tres mundos, tres verdades

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Por fortuna, cuando Martin buscó las llaves de su casa, pudo encontrarlas en el bolsillo de su pantalón. Había temido que se le hubieran perdido durante la trifulca. Cuando entró se encaminó directo a su habitación para darse un baño caliente y curar los raspones que traía, pero al oírlo su madre lo llamó a la cocina donde estaba preparando la cena.

—Pero... ¿qué te ha pasado, Martin? —preguntó su madre cuyo enojo, al verlo, cedió el paso a su preocupación—. ¡Papá, ven enseguida! —llamó, pues el jefe de familia estaba afuera de la cocina acomodando la basura.

—Eh... mamá, papá... eh... tuve una pelea —dijo Martin con la cabeza gacha.

—¿Una pelea? Pero, ¿dónde? ¿Con quién? ¿Por qué? —preguntó la madre.

—Eh... —Martin no estaba seguro de que fuera conveniente relatar lo sucedido, pero algo debía decir para justificar sus ropas sucias y rotas, así como los raspones que eran visibles— Eh... Veníamos con Jack y se aparecieron tres sujetos... como de nuestra edad, pero a todas luces unos malvivientes... pensé que nos querrían asaltar... Nosotros les dijimos que se llevaran lo que quisieran pero que no nos hicieran daño, pero empezaron a insultarnos y decirnos «niños bonitos», «niños de mami» y cosas así... hasta que empezaron a decir cosas horribles de ti, mamá... y yo sentí que la sangre me hervía... Pero no hacíamos nada y eso los ponía más enojados... que no respondiéramos, digo... así que uno me golpeó...

—Pero, Martin... tú sabes que tienes que poner la otra mejilla.

—Y eso hice, mamá... pero sólo tengo dos... así que luego de volverme a golpear, como se me acabaron las mejillas, me abalancé sobre él y nos trenzamos a pelear.

—«La otra mejilla», la otra mejilla... Esas estupideces sólo funcionan en las historias esas que les cuentan en la iglesia —dijo el padre—. En el mundo real quien pega primero pega dos veces.

—Pero, papá, ¿cómo vas a decir eso? Martin es un chico decente que no tiene que caer en las provocaciones de unos tontos adolescentes —dijo su madre.

—Cierto, no tiene que caer, sino que tiene que salir por encima de las provocaciones. Si le sigues inculcando esas tonterías, para lo único que va a servir va a ser para que se haga cura.

—Pero, papá... —comenzó a decir su madre.

—No le hagas caso a tu madre, Martin. Como ves, está más preocupada porque vayas al infierno por los golpes que le diste a ese desgraciado, que por los golpes que te dieron y si estás bien, te duelen y «ven hijito para curarte».

—Papá, no digas eso —continuó su madre.

—Por mi parte, estoy más que orgulloso. Es la primera vez que veo que reaccionas como un hombre, aún en contra de las mojigaterías esas que quieren meterte en la cabeza. Yo sé que la violencia no es ninguna solución, pero hay momentos en que es la única respuesta, pues se trata de supervivencia.

—Gracias, papá —dijo Martin siempre con la cabeza gacha.

—Pero dime, ¿cómo fue que salieron de esa? Porque dijiste que eran tres y estaban solos tú y Jack... ¿acaso Jack también peleó?

—Eh... no, papá... Tú conoces a Jack... el pobrecito estaba... como atado de manos... se moría de miedo y no podía reaccionar.

—Lo imagino, sí... ese chico es algo extraño —dijo el padre—. No sé si será porque en la iglesia le lavaron el cerebro o por otra razón. Pero, ¿te liaste a golpes tú solo con los tres?

—No. Cuando empezó el asunto, apareció otro muchacho que creí vendría con ellos; y ahí me asusté mucho, porque era mayor que los otros, como de veintipico y con un gran físico, pero resultó que no venía con ellos sino que nos ayudó. Entre él y yo les dimos a esos tontos una buena paliza que no van a olvidar tan fácilmente.

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora