Capítulo 4: ¿Más miedo?

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Jack llegó a su casa y se sentó en la sala. Había venido pensando todo el camino y se alegró de que su madre todavía no hubiera llegado. Dos cosas ocupaban su pensamiento y de alguna forma sentía que estaban relacionadas: el hecho de que Willy todavía estuviera por allí y se comportara como el buen cristiano que era, y lo que le había dicho Wolf.

En lo que a Willy respecta, pensaba en por qué lo que había hecho con el chico en el colegio y que escandalizó a todos al grado de expulsarlo de la pastoral, era tan grave; porque aunque nadie le prohibiera volver, era obvio que se trataba de una expulsión no declarada. Es cierto que lo que hizo era calificable de pecado según le habían enseñado, pero también era cierto que no le había hecho daño a nadie. Dijeron que había sido consensual, o sea, que no violó al chico, no lo hizo contra su voluntad. ¿Y qué pasaba con todo el bien que Willy hacía? Como las ayudas que le daba a Mrs. Walsh y quién sabe a quiénes más. ¿Qué pasaba con lo bien que trataba, aconsejaba y guiaba a los otros chicos de la pastoral juvenil? Si siempre tenía una sonrisa y una palabra amable, ¿por qué todo eso pierde valor ante un único acto sexual? ¿Por qué (y se acordó de un texto del Evangelio) en la pastoral se comportaban como los fariseos, que colaban el mosquito pero engullían el camello? ¿Acaso la preferencia sexual de Willy lo descalifica para realizar buenas acciones? Eso era lo que había intentado decirles a Bob y Martin, pero ellos, por lo que les había oído decir, eran como los fariseos del texto bíblico que había recordado. Y se atrevió a dar un paso más en sus pensamientos: ¿por qué un acto íntimo que no hace mal a nadie, que no daña a nadie, tiene que ser pecado? Sin embargo, según él, las Escrituras eran lapidarias: la homosexualidad es uno de los pecados más abominables. Pensando en todo esto, no pudo evitar recordar que él mismo sentía algo por Willy y que hasta soñaba con relacionarse con él sexualmente. Recordó lo sucedido el día del paseo y cómo hubiera querido besarlo, acariciarlo e incluso, que le hiciera el amor... y en ese momento creyó entender por qué lo relacionaba con Wolf.

Wolf parecía ser absolutamente lo opuesto a Willy. En ese momento no podía juzgar la calidad moral del muchacho, pero por lo pronto, sí podía suponer que Wolf no era un católico fiel, devoto y casto. Y no era porque en sus palabras nunca mencionara a Dios (incluso recordó cuando dijo sobre el Reino «si tal cosa existiese») sino por su aspecto. Si uno de los demonios pudiera aparecérsele en persona, pensó que podría adquirir una apariencia como la de Wolf, con ese aire oscuro y con algo de tenebroso, su pelo largo y su mirada magnética. Y recordó cuando lo sujetó por la cintura y lo tuvo a distancia de un beso; y al recordarlo se excitó. ¿Acaso había comenzado a desear a Wolf como deseaba a Willy? Ante sus ojos volvió a aparecer la imagen del muchacho cuando lo conoció en el andén solitario de la fábrica abandonada, su actitud displicente y segura, su torso desnudo y sensual, sus pantalones ajustados que, como el «speedo» de Willy, insinuaban el volumen de su completa masculinidad. Pero de inmediato se esforzó por quitarse esa imagen de la mente, pues se dio cuenta de que le atraía y no lo atraía hacia otra cosa que a pecar. A diferencia de Willy, cuya amabilidad y dulzura lo habían cautivado aún antes de verlo casi desnudo, Wolf lo atraía precisamente por el peligro, lo prohibido y su aura oscura... además de por su belleza. Era un chico muy guapo, había que reconocerlo y con una hermosura que era destacada por su atuendo así como por su pelo largo y su desfachatez al lucir en público, sin ningún pudor, su torso desnudo y sus pantalones de cuero negro que indicaban a todo el que lo viera, que estaba orgulloso de su masculinidad y listo para la acción.

«¿Sería eso lo que Wolf quiso decirme con la advertencia de que debía tenerle miedo? —pensó— ¿Será que también le gusta acostarse con chicos? ¿Querrá acostarse conmigo? ¿Será que le gusto y por eso dijo que quería comerme?» Eso lo preocupó aún más, pero no pudo seguir porque sonó su teléfono:

—¿Jack? Martin. Sólo quería saber si ya llegaste a casa y todo está bien.

—Gracias, Martin. Sí ya estoy en casa y todo en orden.

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora