Capítulo 16: El lobo de Gubbio

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Jack ya se lo había dicho a Martin: estaba confundido, no sabía qué hacer ni qué sería de él en el futuro. Aquel mundo en blanco y negro de su infancia se había ido para siempre y había sido sustituido por un mundo cuyas parcelas tenían unas fronteras tan difusas como los mismos grises que las conformaban. La claridad, la luminosidad y la blancura de la pastoral contrastaba con las tinieblas, la oscuridad y el negro del mundo del pecado, pero ni el blanco era ya tan blanco, ni el negro ya tan negro. Todo era gris, más claro o más oscuro, pero gris al fin y al cabo. Por un lado había llegado a ver en la pastoral que los sentimientos malvados se mostraban por aquí y por allá, tanto en forma de celos, envidias, avaricia e ignorancia como en ese aspecto concreto que lo había estado martirizando: la lujuria. Las calumnias que habían levantado contra Willy y lo que el mismo Willy le había contado en relación con los acosos que había recibido por parte de algunos miembros prominentes de la parroquia se lo habían mostrado, así como los casos de pedofilia y abusos sexuales que estaban siendo denunciados a lo largo y ancho del planeta y que habían ocasionado hasta la caída de obispos y prelados.

Por otra parte, pecadores como Mark mostraban una humanidad, un sentido de la lealtad y un amor fraternal que en su esquema anterior, no habrían tenido cabida. Lo que Mark le contó sobre su hermano y la forma que se comportaba para con él, mostraban que si a Jack le tocara juzgarlo, lo enviaría al Cielo sin dudarlo y lo mismo haría con Willy, por más que ahora, siendo pareja de Björn y amándose como se amaban, lo más probable es que tuvieran relaciones sexuales con regularidad. Esa parcela, que por principio debería ser de un negro absoluto, no sólo la veía gris, sino e incluso, de un gris tan claro que podría sobrepasar al de la pastoral.

Pero todo eso, que poco a poco le iba resultando comprensible y que le obligaban a un cambio de perspectiva, en nada ayudaba a lo que sucedía en su interior. A pesar de que él, si hubiera de constituirse en el Juez Eterno, hubiera decretado el Cielo y no el Infierno para Mark y Willy, en su propio interior todavía dudaba, pues esas situaciones no quitaban la naturaleza de pecado a la homosexualidad; sino que las otras virtudes, al superarla, hacían que perdiera su poder condenatorio. Pero él, Jack, aspiraba al Cielo no por tener un balance positivo, sino por su pureza y santidad, por lo que no debía haber ni sombra de pecado, y menos aún, el de homosexualidad. Sin embargo, aunque había jurado no cometer nunca un acto así, todavía estaba la cuestión del sentir de su corazón y de que, a pesar de no realizar ningún acto concreto, podría ser condenado simplemente por ser así y por sentir así. Eso, con todo y todo, lo seguía atormentando.

Nunca se había acostado con Willy, pero sabía que eso fue una consecuencia de la falta de oportunidad, pues en sus fueros íntimos lo deseaba con locura. Ahora, se enfrentaba a que Mark lo pretendía; aunque se comportaba como todo un caballero. Mark era a sus ojos tan bello o quizás más que el propio Willy y, ya no podía negarlo, había sido quien le robó su primer beso. Sin embargo, no sentía que Mark le fuera un peligro inminente, no sentía ninguna urgencia ni un deseo irresistible. Y en cuanto a Martin, a pesar de su cambio de actitud que todavía no podía entender muy bien, seguía viéndolo como a un hermano, a pesar de ser un chico muy hermoso, también. Pero esa lucha interior, ese intento por lograr desprenderse o deshacerse de su tendencia a querer a otros chicos alcanzaba su punto culminante en Wolf. Lo consideraba, como ya lo había dicho, salvajemente bello y con un magnetismo o un poder que hacía que su voluntad pasara a segundo plano. En su presencia, no se sentía dueño de sí mismo e incluso, sentía perder su identidad o su autocontrol cuando sólo pensaba en él. Con sólo verlo, todo a su alrededor se esfumaba y sólo le quedaba una intensa sensación de entregarse. No podía describir con certeza esa sensación. La comparaba a una rendición, a rendirse como ante un soldado enemigo, a capitular. Si algún verbo le venía a la mente como el más cercano a lo que sentía, era «sucumbir», o quizás, «claudicar».

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora