Capítulo 10: La mentira tiene patas cortas

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Jack se hizo a un lado para permitir que Willy entrara en la casa tal como lo acababa de invitar Mrs. Walsh. El chico traía una bolsa de supermercado, no muy grande pero se veía algo pesada.

—Esto es para usted, Mrs. Walsh —dijo Willy haciendo un simple gesto hacia la bolsa.

—¡Oh! Gracias, querido; pero no tienes que molestarte tanto —dijo la anciana mientras Jack iba para la cocina a preparar el té.

—No es molestia, Mrs. Walsh; es un gusto, en realidad. Eh... ¿lo guardo?

—Sí, Willy querido, por favor.

El chico fue entonces para la cocina a guardar en la alacena lo que había traído y allí quedó a solas con Jack quien en ese momento llenaba una caldera con agua. Willy puso la bolsa sobre la pequeña mesa de la cocina y comenzó a sacar las cosas. Durante unos instantes guardaron silencio y ese silencio entre ambos era tenso.

—Eh... —Comenzó Willy—. Me preguntaste cómo estaba y todavía no te he contestado; perdona. Estoy bien, gracias. ¿Y tú?

—Bien, también —contestó Jack aunque en ese momento se sentía un poco incómodo.

—Me alegro mucho —dijo Willy más bien como por cumplir.

Willy no sabía si preguntarle por cómo iban las cosas en la pastoral y por sus anteriores amigos, pues eso podría significar tener que, de alguna manera, caer en las razones de su desaparición; mientras que Jack tampoco sabía si preguntarle qué estaba haciendo ahora, fuera de la pastoral.

—Eh... y... ¿estás asistiendo a otra parroquia? —le preguntó al fin Jack luego de pensarlo mejor y encontrar una manera que creyó más elegante de ir llegando poco a poco al tema.

—No, Jack. Luego de lo sucedido, en lo que a mí respecta, todas son iguales y en ninguna me sentiré bienvenido.

—Entonces es cierto.

—¿A qué te refieres, en concreto?

—A la razón por la que no volviste.

—¡Ah! Eso... bueno, no sé qué te pueden haber contado.

Jack había creído que Willy lo iba a confirmar pero su respuesta le estaba devolviendo la responsabilidad de la pregunta no hecha. Jack puso la caldera a calentar y se recostó al fregadero con los brazos cruzados al pecho.

Willy interrumpió un instante el vaciado de la bolsa y al mirar a Jack creyó ver que el chico tenía una mirada más bien interrogante, no severa o de reproche, pero volvió a su tarea y no dijo nada.

—Me contaron que te habían pillado... —Jack se interrumpió para buscar la palabra más apropiada y culta y se decidió por el término que generalmente se usa en la Iglesia en esos casos—. Eh... fornicando en el baño del colegio.

Willy puso lentamente una lata de garbanzos sobre la mesa, apoyó ambas manos y suspiró profundo. Jack pudo notar su molestia.

—Son unas víboras —dijo Willy.

—Entonces, ¿es cierto?

—Limitándome a lo que mencionas, debo decirte que no.

—¡Oh! Entonces, ¿tampoco es cierto que te expulsaron del colegio?

—¡Rayos! No sólo son una víboras sino que también son carroñeras... ¡Demonios!

—¿A qué te refieres?

—A los de la pastoral. ¿Eso te dijeron?

—Sí. Según parece, eso fue lo que explicó el padre Santiago.

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora