Capítulo 6: Los peligros aumentan

3.9K 392 71
                                    

En el colegio ya había pasado la tanda de materias de la mañana y sonó el timbre del descanso largo destinado al almuerzo. Jack, que usualmente traía su comida de su casa, acostumbraba quedarse en el aula leyendo y generalmente solo, pues los alumnos se desesperaban por salir a los corredores o al patio, hartos del encierro.

No era un colegio muy grande pero junto al patio de recreo tenía una cancha abierta de básquetbol, donde los alumnos podían jugar, tanto solicitando alguna pelota en el departamento de Educación Física, así como con las que ellos mismos muchas veces traían.

Jack se sentía extraño, no se sentía cómodo. Era común que no se sintiera cómodo porque en su colegio no había ninguno de sus compañeros y hermanos de la pastoral y por lo tanto, todos eran chicos «mundanos», aunque tampoco se preocupó nunca por averiguar si habría alguno de las pastorales de las parroquias cercanas. De todas formas, habiendo observado el alumnado, no veía a ninguno que se comportara recatadamente como un buen católico, por lo que había sacado la conclusión de que estaba solo. Pero ese día se sentía más incómodo de lo normal. Pensó que por eso mismo, lo mejor era quedarse en la soledad del aula leyendo, aunque sentía como una inquietud que no lo dejaba concentrar en la lectura, así que optó por salir al patio con la idea de que el aire fresco le despejara esa fea sensación. Buscó un lugar solitario, lo cual es muy difícil en un patio de colegio, pero al fin encontró uno: un sector que en ese momento estaba a la sombra, en la gradería de la cancha de básquetbol, aunque llamar «gradería» a las seis filas de cemento que en forma de escalera ocupaban todo el largo de la cancha, era verdaderamente un cumplido. No obstante, se sentó allí a seguir leyendo. Ese día, llevaba las Florecillas de San Francisco de Asís.

La relativa tranquilidad duró muy poco, pues no habían pasado cinco minutos cuando la algarabía de un grupo de estudiantes que venían a jugar a la pelota, lo distrajo de su lectura. Eran seis pero se oían como si fueran dieciocho. Si eran molestas las voces, los gritos y las risas, lo era aún más el majadero golpeteo del rebote de la bola contra el piso, propio del básquetbol.

Entre los alumnos que jugaban estaba Mark, el típico chico por el que suspiran todas las niñas del colegio: alto, apuesto y atlético; consciente de su atractivo, siempre actuaba como seduciendo aunque también siempre dejaba a todo el mundo con un palmo de narices. El chico estaba en el último año y por lo tanto, era uno de aquellos a quienes las chicas consideraban ya «un hombre», no un mocoso; por supuesto, en los términos relativos a un colegio de secundaria.

Jack levantó la vista del libro y lo vio, hizo un gesto de desagrado y se volvió a sumergir en la lectura. «"Ahí está el narcisista ese", pensó». De pronto, con la visión periférica captó que algunas cosas blancas caían en las gradas cerca de él. Giró su cabeza y notó que eran las camisas de los estudiantes; vuelve a mirar a la cancha y los ve a los seis con el torso desnudo, pero sus ojos fueron solos, sin que su voluntad los guiara, hacia Mark. Lo veía moverse, saltar y hacer las maniobras deportivas que con gran habilidad sabía hacer, y con cada movimiento se resaltaba una parte distinta de su musculatura. Si antes se sentía incómodo, ahora lo estaba aún más. El muchacho, con su juego y su exhibición, lo volvía a enfrentar con esa parte de sí mismo contra la que estaba luchando a brazo partido desde que vio a Willy en el paseo. Intentó concentrarse en la lectura piadosa pero no podía. Sus ojos se resistían a mirar otra cosa que no fuera el torso de Mark.

A los pocos momentos ya no se sentía incómodo... se sentía mal. ¿Sería posible que sus oraciones no fueran escuchadas? ¿Sería posible que no tuviera ninguna ayuda divina para triunfar sobre sus pensamientos pecaminosos? ¿O Dios le estaba probando para medir su fidelidad?

Jack no entendía muy bien ese punto de que Dios probara a sus siervos permitiendo que el Diablo los tiente y los lleve al límite, a pesar de todas las explicaciones que le dieron en el catecismo y la «confirma». Si Dios lee los corazones y además, todo lo sabe, ¿qué necesidad tenía de probar a nadie? Si necesitaba de una prueba, entonces no era tan omnisapiente ni omnividente como se afirmaba... pero como no le cabía ninguna duda de que Dios tenía esas y otras virtudes, pensaba que lo que estaba mal, la contradicción, era con referencia a esas supuestas pruebas, no a la naturaleza de Dios. Además, si Dios permitía que el Diablo probara a la gente, eso significaría que Él y el Diablo se entendían de alguna manera, pues en ese sentido, el Diablo sería un ayudante de Dios en cuanto a probar a sus siervos... y eso, tampoco le coincidía en un esquema coherente de la teología. Sin embargo, ese posible entendimiento entre Dios y el Diablo, era apoyado por la historia del Libro de Job, y al recordarlo, pensó «¿Qué rayos estaba haciendo el Diablo en la Asamblea de los Hijos de Dios? ¿No se supone que lo habían echado del cielo mucho antes?»

Caperucita Roja 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora