Capítulo 9. Kyungsoo.

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Hablar sobre mi vida podría provocarte una erección en los pantalones... bueno, vale, no tan exagerado. En realidad, hablar de mí no tiene nada de interesante, típica historia de un prostituto que gusta del sexo con hombres atractivos, o simplemente, que le gusta el dinero fácil.

Profesión prácticamente desde nacimiento, creo que a mi madre le tocó la pésima suerte de que se rompiera el condón en plena follada, ¿resultado? Yo, Kyungsoo. La verdad, creo que ni me quiere, pero tan pronto como vio dinero de mí llegar, fui el hijo más "perfecto" del mundo. Estúpida golfa que le gustaba drogarse y meterse con cualquiera.

Me crié en el burdel en el que ella trabajaba por las noches. Muchos hombres pensarán que sería la gloria vivir ahí y ver senos desnudos las veinticuatro horas del día, pero en realidad, nací con el mayor defecto que puede existir (según algunas personas); ser gay.

La primera vez que me di cuenta que me sentía atraído por un hombre fue a mis "dulces" quince años. Fue una noche común como todas las demás, caminaba de aquí para allá para ayudar a las mujeres con sus últimos arreglos para otra noche de trabajo.

La música estaba en su mayor apogeo, hombres sentados en los sofás de color rojo, fumando y bebiendo alcohol. A mi madre ese día le tocó bailar, en realidad, estaba en el table dance enseñando sus senos y vestía una tanga, porque según ella "debía lucir su cuerpo". Cosa que siempre me dio asco.

Yo estaba repartiendo bebidas a los clientes, y entonces ahí lo vi. Era extranjero, pero sabía hablar bien el coreano. Era un hombre que de algún modo llevaba porte, o eso pensaba yo porque realmente era guapo. Tenía el cabello de un castaño claro, las pestañas gruesas y la piel blanquecina. Cuando reía, se podía apreciar un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda, era... encantador.

Podría decirse que también era un hombre mañoso o con la necesidad de llevar a una de aquellas mujeres a la cama, pero ni siquiera las miraba. Fue hasta entonces cuando me llamó para pedir una copa.

— Dos cervezas y un whisky—. Dijo él, y me sonrió.

Llevé las bebidas que me había pedido. No me consideraba una persona tímida, ni mucho menos actuaba como un chico de quince años, pero cuando dejé lo que me habían pedido y acarició mi mano al momento de dejar la bebida, me puse nervioso. Sus ojos los fijó en mí y me sonrió.

Era sorprendente cómo un hombre desconocido, sin siquiera mostrar mucha piel, podía ponerme más que una mujer desnuda. Continúe llevando los tragos, cada vez su mesa estaba más vacía a causa de que sus amigos se divertían con las prostitutas. Hasta que se quedó solo y me llamó.

— ¿Desea beber algo más? —Le dije en el oído a causa de la música, él me sujeto de la muñeca.

— ¿Cuánto me cobras? —Yo lo miré sin comprender— por una habitación contigo—. Entonces tragué grueso. Ni siquiera sabía cómo era el sexo gay, en realidad, ni siquiera había visto porno a falta de Internet.

— Lo siento, yo... no me vendo— y encarnó una ceja sorprendido. Pensé que me iba a dejar ir, pero me invitó a sentarme y acepté.

Aquel hombre era simpático, y sin darme cuenta, ya me encontraba besándome descaradamente con él. Fue el mejor beso de mi adolescencia, porque a pesar de no sentir nada sentimentalmente por ese extraño, me hizo tener una erección por sus toques tan simples y por su lengua que casi me follaba la boca.

Decir las veces que lo vi serían innumerables, y fue ahí cuando comencé a ganar dinero con el culo. A diferencia de mi madre, yo no necesitaba mostrar mi cuerpo para llamar la atención, en realidad, fue mi actitud y el coqueteo entre líneas lo que hizo que tuviera incluso más clientes que ella.

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