Los Franco

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La luz a través del cristal de la ventana consiguió fastidiarla lo suficiente como para hacer que se levantara de la cama. Como estaba acostumbrada a hacerlo, estiró los brazos y movió su cuello levemente provocando que un pequeño crujido se escuchara. No había dormido exactamente en una buena posición, y en esos momentos habría pagado por un masaje en la nuca.

—Spencer, ¿ya estás lista? —la voz de su tía le llegó a los oídos con claridad. Sin embargo, no estaba lista en absoluto, ni siquiera recordaba para qué tenía que alistarse.

Con actitud perezosa sus ojos lograron abrirse por completo y un gran bostezo salió de su boca, y haciendo un esfuerzo por no caer otra vez rendida en el colchón, se limitó a mirar la hora en el reloj que tenía puesto sobre la mesita de noche.

—¡Maldita sea! —gruñó, pegando un salto al percatarse de que eran las doce del medio día y su audición era en unos cuarenta minutos. Y tampoco tendría tiempo ni para repasar sus lineas un poquito.

Se metió al baño y tomó la ducha más corta que habria tomado jamás. La noche anterior no tuvo la oportunidad de escoger la ropa que llevaría a la audición, pues terminó tan cansada de ensayar que la poca energía que le quedaba solo le alcanzó para caer directamente a la cama. Se maldijo a si misma por no haber puesto ni siquiera una alarma. Un tonito. Un recordatorio. Nada.

Literalmente se puso lo primero que encontró, aunque fuera una pinta bastante informal y casi deportiva. "Lo que importa es el talento. No la forma de vestir" quiso convencerse de ello, pero a fin de cuentas, no estaba tan segura. De igual forma iba a representar a una empleada de servicio, no es que necesitara ir con la réplica del vestido de bodas de la reina de Inglaterra.

Así, bajó las escaleras tratando de desenredar su enmarañado cabello mientras tanto.

—Creí que ya estabas preparada —dijo Martha apoyando las manos sobre la encimera, ligeramente sorprendida.

—Bueno, eso me gano por no poner la mugrosa alarma —farfulló—. Quería ensayar un poco antes de irme, y mírame, capaz y se me olvida todo.

—Practicaste durante mucho tiempo, cariño, aún estando exhausta después de un viaje de seis horas. Necesitabas descansar. Además eres excelente en lo que haces, la verdad no sé de qué te preocupas.

—Alguna vez leí que cuando pensaras que hacías algo bien, tenías que recordar que siempre habrá un asiático que lo haga mucho mejor que tu —comentó, esta vez con una pizca de diversión, mientras sacaba del refrigerador un jugo de naranja.

—Por favor, Spencer. No hay asiáticos aquí.

—Podrían haber.

—Cállate. Lo harás estupendamente y llegarás a casa con un contrato firmado, tengo una corazonada.

El viaje en auto no resultó tan entretenido como el de su primer día en Hollywood. La verdad era que estaba demasiado nerviosa como para fijarse siguiera en el panorama a su alrededor. Ya casi no le quedaban uñas para morder, y la ansiedad con la que cargaba era imposible de parar. Cuando su tía la dejó en la fila de audiciones juraba que podía escuchar el latido de su corazón retumbando en sus oídos, y eso que faltaba un montón de gente por pasar ante los productores.

Trató de practicar algunos de los ejercicios para relajarse que había aprendido en la facultad. Se colocó los audífonos y puso su reproductor en máximo volumen. Lo que menos quería era que los nervios de los demás lograran ponerla peor, así que creó su propio ambiente de frescura y buena energía.

Durante los extensos minutos que estuvo en la fila solo se dedicó a comer para calmar su ansiedad. Y cuando le tocó el turno, justo después de la chica rubia que estaba frente a ella —y que de por si había salido llorando luego de su presentación—, se echó la bendición con torpeza y atravesó las puertas del teatro.

Hollywood Adventure » Dave FrancoWhere stories live. Discover now