Capítulo 2

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Mi madre murió cuando yo tenía 6 años.
Llevaba enferma un tiempo así que debía ir regularmente a San Mungo para que le prepararán una poción, que después intentó recrear en casa con fatales consecuencias, cuando aparecieron los sanadores, ya era demasiado tarde.
A veces me gusta pensar que mi vida antes de eso era feliz, que me amaba.
Que era la clase de madre que me leía cuentos y canturreaba canciones mientras me trenzaba el pelo, de esas brujas que hacen levitar a sus hijos por el jardín solo para hacerles reír.

Pero la verdad es que casi no la recuerdo, incluso sus rasgos se han perdido en mi memoria, por más que trato de encontrarlos, no puedo.
Incluso he pensado que mi padre debió hacerme algún hechizo para olvidarlo todo, porque su partida me dejó enferma y con el corazón roto.
Borró su vida después de eso, no había rastro de su paso por la casa, ni una foto, ni un vestido o zapato.

Lo único que quedó de ella fue su varita desgastada (álamo y fibras de corazón de dragón, demasiado corta para una mujer tan alta) que ya había pertenecido a su abuela y a su madre, y después de su muerte, me había sido prometida.

Su muerte nos dejó solos a mi padre, Sorvolo, a mi hermano Morfin, (tres años mayor) y a mí en nuestra casa, a las afueras de Little Hangleton.
Era más una pocilga que una casa, generaciones de Gaunt la habitaron antes, cada generación más jodida que la anterior, ¡mi padre me abofetearía si me oyera decir eso!, no es que importe realmente, hace años murió de pena; al parecer, al final, descubro que tuvimos más en común de lo que soñé.
Somos descendientes del mismo Salazar Slytherin, de los mismos Peverell, una antigua familia mágica, sin una mancha muggle en nuestro linaje, y aún así lo suficientemente estúpidos para lapidar una fortuna y vivir por generaciones en la miseria.

Nunca tuvimos nada, más que el ridículo orgullo que mi padre nos inculcó (y que nunca sentí pese a sus largas historias de nuestro puro linaje) y las tontas joyas familiares que no valían ni la mitad de lo que decía mi padre, me niego a pensar que el parsel es un tesoro inestimable como querían hacerme creer desde que comencé a hablarlo.

Yo nunca tuve nada para mí, ni siquiera el amor o respeto de ellos.
Mi esperanza era correr a Hogwarts en cuanto recibiera mi carta y no volver jamás, pero se desvanecía poco a poco cuando descubrí que no poseía ningún poder mágico más que el hecho de entender alimañas asquerosas, llegue a pensar que era una squib como lo decía mi padre, una asquerosa e inútil squib buena para nada.
Me consolaba a mí misma pensando que no podían dejar a una descendiente de Slytherin fuera de Hogwarts, me aferraba a esa idea como mi padre a su deslucido anillo heredado.

Mi vida perdió todo sentido cuando Morfin cumplió 11 años y recibió su carta:
Por supuesto que no irás a ese estúpido Colegio lleno de muggles sangre sucia!".

Mi padre decidió enseñar a Morfin en casa, por lo tanto yo jamás saldría de mi encierro, de mi prisión...

Mi destino era éste, dejar una pálida huella de mi existencia y partir sin que nadie se de cuenta de mi ausencia.

MEROPE GAUNTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora